domingo, 5 de mayo de 2013

Salirse con la suya...


De regreso de mi paseo por la playa, andando por la calle Juan Sebastián Elcano, en la acera de enfrente había tres mujeres que parecían estar esperando que las fuesen a recoger, con un perro.
Yo al principio no distinguía bien lo que estaban haciendo, hasta que me acerqué más y vi que estaban comiendo algo.
Entonces escuché al perro. Emitía unos sonidos agudos, entrecortados, como pequeños sollozos caninos, y les puedo asegurar que si hubiese tenido los ojos cerrados hubiera pensado que se trataba de un pobre animal maltratado.
No era el caso. Resulta que con ese gemido quejoso estaba pidiendo que le dieran un poco de lo que ellas estaban comiendo. Me di cuenta cuando una de ellas le daba un trozo de algo y el can lo devoraba, acallando por un momento su lloriqueo. Luego, un minuto después, volvía a la carga.

A eso yo le llamo "manipulación emocional canina". La hay gatuna, por supuesto. Cuando estoy concentrada haciendo algo, y una de las ocupantes felinas del piso quiere que le preste atención (por puro aburrimiento, no por necesidad, lo juro) comienza a emitir una especie de maullidito agudo que termina en un quejido, algo así como "miauuuujumm", y lo repite y lo repite hasta que es imposible intentar ignorarla. No sólo por lo lastimero del sonido, sino (y sobre todo) porque enseguida pienso que los vecinos creerán que estoy torturando a "las pobres gatas", o haciendo algún experimento malvado con ellas...

Es "manipulación emocional gatuna" pura y dura. Imagino que los que conviven con algún animal la habrán padecido alguna vez, sobre todo si padecen de "devoción crónica" hacia su compañero no humano, como es mi caso.
Pero seamos sinceros, es una manipulación que consiento con secreto placer. Algo muy distinto que la otra, la manipulación emocional humana, eso que todos habremos padecido o ejercitado más de una vez, y que merece un post aparte. Hay personas que para conseguir algo recurren a esa retorcida estrategia. Creo que lo importante, por lo menos en mi caso, que estoy tomándome muy en serio el ejercicio de mi libertad, es distinguirla. Reconocer la trampa.
Y después ya dependerá de cada uno la respuesta.

Un abrazo.




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