jueves, 16 de mayo de 2013

El escriba del infierno


Desde mi rincón en el infierno cumplo la condena que me impusieron quienes me juzgaron, en relativa soledad y tranquilidad, encerrado en esta celda, donde día y noche debo escribir con mi propia sangre, en largos rollos de piel humana de otros condenados, las historias que a diario éstos recitan como un mantra, desde el otro lado de la pared.

No puedo ver a los relatores, solo puedo oírlos; tampoco me está permitido dirigirles la palabra.
De todos modos aunque quisiera, no podría: hace tiempo Satanás arrancó mi lengua impía como parte del castigo, y quizás también, como un trofeo de su victoria.

Esta noche le ha tocado relatar su historia a un joven de voz agradable, que se describió a sí mismo como alguien ágil, atlético y amante de la vida al aire libre.
Una de sus grandes aficiones ha sido el buceo, desde pequeño.
Por ese motivo para su luna de miel él propuso a la novia que hicieran un viaje a unas remotas islas del Pacífico, verdaderos paraísos tropicales, donde las aguas del mar son turquesas y los rayos del sol llegan hasta el fondo de aquel espejo líquido.

Ella aceptó porque lo amaba. Así llegaron a las islas junto a otras parejas jóvenes, con quienes habían planificado ejercitar ese deporte a diario.
Nuestra joven pareja se unió a los demás a la mañana siguiente de su llegada al paraíso, y el flamante novio prometió a su esposa que la experiencia sería maravillosa.
Ella le creyó porque lo amaba.

Todos embarcaron con sus equipos y se dirigieron mar adentro, a la remota zona destinada para bucear. El monitor del grupo explicó las reglas básicas de seguridad, insistiendo en el horario de regreso, y luego uno a uno se fueron sumergiendo en las templadas aguas.
En aquel punto desde la embarcación no se veían las islas. Todo era azul: las aguas del océano y la línea del horizonte que parecía unirse con el cielo, también de este color.

Bucearon durante más de una hora, y nuestro protagonista fue guiando a su pareja en la búsqueda y persecución de pececillos plateados, sacando fotos de aquel mundo maravilloso e increíblemente bello.
Perdieron el sentido del tiempo. Hacía más de media hora que debían haberse reunido con los demás, así que al percatarse de ello el intrépido joven hizo señas a su esposa y ambos salieron a la superficie.
Era alrededor del mediodía, y el sol al principio los encegueció.
Azul. Azul. La embarcación no se veía por ninguna parte. ¿Ellos se habían alejado demasiado?
Él tranquilizó a su pareja y ambos comenzaron a buscar la barca.
Azul. Azul. Un infinito manto azul que a medida que pasaban las horas, se iba volviendo más frío y amenazador.
Salieron las primeras estrellas.
Se abrazaron, manteniéndose a flote e intentando entrar en calor.
En tierra alguien se daría cuenta de su ausencia e irían a rescatarlos, seguramente por la mañana.

No llegaron. El océano se convertiría en su tumba. La hipotermia, la sed, el cansancio, los tiburones, el sol.
Azul. Azul. Intentaron nadar hacia las islas, pero se hallaban demasiado lejos.

Pasaron tres días y los equipos de búsqueda y rescate recorrieron kilómetros de océano sin hallar nada.
Jamás los encontraron.

El joven relator en este punto pareció ser presa de una fuerte emoción. Con voz entrecortada contó cómo al segundo día, viendo que aquel era el fin, dejó de sostener a su amada exhausta y ésta comenzó a hundirse sin remedio, con una súplica en los ojos.
Luego él flotó a la deriva, con el rostro cubierto de llagas y el cuerpo helado, hasta perder la conciencia.

Despertó aquí, en el quinto círculo del infierno.
Adivinad cuál ha sido su castigo.
Tras recitar este relato el joven fue conducido a un sitio donde se ahogará una y otra vez en el océano de lágrimas de todos los que han sido abandonados a su suerte.
¿Quién dijo que en el infierno se hacía justicia?
Ahora sueño despierto pesadillas color azul.

Gustave Doré
 
Nota: el episodio de la pareja de buceadores desaparecidos ocurrió en realidad, en Estados Unidos, no recuerdo el año. Quedé impresionadísima cuando escuché la historia.

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