jueves, 30 de mayo de 2013

Voces en el abismo: nuevo relato del Escriba del Infierno

Gustave Doré

Le gustaba andar por los acantilados de aquella remota aldea. Allí, escuchando la brutal furia de las olas contra las piedras milenarias, y sintiendo el aire salado y frío azotando su propio rostro, hallaba la redención.
Su alma torturada se había auto impuesto el aislamiento de por vida. Y recordar.
El peor castigo, a su entender, era recordar la sonrisa de su hijo antes del accidente, conociendo ya el final de aquella dolorosa historia.
Permanecía largo tiempo de pie a pocos metros del borde del abismo, sin hacer nada más.
Esa mañana no había sido distinta. Anduvo hasta el punto más alto, y allí se detuvo, mirando el mar que se extendía frente a él.
Entonces oyó la voz.
Primero pensó que eran los chillidos de las gaviotas, o el silbido del viento.
Volvió a oír un sonido agudo y frágil como la voz de un niño.
Provenía de abajo, del fondo del precipicio.
Era un sonido imposible; de modo que se dio la vuelta y abandonó aquel lugar sin atreverse a mirar atrás.
Al día siguiente regresó. Se plantó nuevamente en el mismo punto casi al borde de las rocas, y esperó.
Esta vez el sonido era más nítido, y distinguía claramente algunas palabras: “Socorro, me he caído, no puedo moverme, ayuda”.
Por un momento no supo si la voz provenía del exterior o del interior de su propia mente; sin comprobarlo emprendió la huida con algo parecido al terror oprimiendo su garganta.
Esa noche soñó por primera vez con su hijo muerto. Fueron visiones de pesadilla.
Los días que siguieron prolongaron su agonía mental, mientras intentaba reprimir el impulso de regresar a aquel sitio maldito.
Llegó el sexto amanecer. Esperó.
Cuando aparecieron las primeras sombras, se dirigió donde sus pies lo llevaban: al punto más alto del acantilado.
Se puso boca abajo sobre la roca húmeda y fría, con las manos aferradas a los bordes irregulares, cerrando los ojos. Atento.
Escuchó por fin la voz infantil que pedía ayuda, y se arrastró sobre su vientre para asomarse al abismo.
Allí la vio. A varios metros de distancia, sobre una roca que sobresalía a medio camino del fondo, había una niña pequeña recostada sobre sus piernas en un ángulo poco natural, agitando un brazo hacia arriba, llamándolo.
Él inició el peligroso descenso casi a ciegas, cortándose las manos y despellejándose las rodillas. Varias veces estuvo a punto de caer; en una ocasión se torció el tobillo, y ya sólo distinguía la roca negra y la pequeña silueta que lo esperaba.
Por fin alcanzó la gran piedra aplanada. Reinaban las sombras.
Se incorporó para coger a la niña cuando en un instante surgió una ola enorme y negra que con un rugido ensordecedor lo atrapó arrastrándolo al fondo de la bahía.
Un mes más tarde fue hallado el cadáver de la niña. Hacía tiempo que habían dejado de buscarla.
A él nunca lo encontraron.
Ahora está aquí, al otro lado de la pared de mi celda, esperando que se lo lleven por fin.
Mi pluma acaba de poner el punto y final a su relato, escrito con tinta de sangre; roja y condenada sangre, la de mis venas.
Esta noche (noche eterna) yo escucharé voces que no podré ignorar. Es mi castigo. Una eternidad en compañía de fantasmas.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Ilustraciones para soñar


Hoy quiero compartir estas ilustraciones que acabo de descubrir, de un artista llamado
Jimmy Lawlor, de origen irlandés.
Espero que las disfruten como yo,
¡un abrazo y feliz jornada!









 

martes, 28 de mayo de 2013

Fotos de un día gris y ventoso en la playa.




Ya lo dijo Heráclito: las aguas del río no son las mismas. En este caso, ocurre con el mar.
Es la misma playa, pero no.
Las mismas aguas, pero no.
La misma mirada, pero no.

Y la cámara realiza el milagro
de captar aquello inefablemente distinto
cuando permitimos que la imagen
nos hable.

A mí el mar siempre me dice algo.
Hasta cuando calla, recibo un mensaje.
Quizás que las olas de hoy
no son las de ayer,
y no serán las de mañana.
Que mi alma tampoco es la misma
que lo amó hace diez años,
en otra costa, en otro continente,
en otro mundo.
Espero que disfruten de las fotos.
¡Feliz tarde!









lunes, 27 de mayo de 2013

Comienzo esta semana con una poesía recién nacida:

 
 
 
 
 
Detrás de un semblante sereno
 
hay un millón de lágrimas.
 
Hay pasos en falso;
 
hay decepciones,
 
hay cataclismos.
 
Detrás de un semblante sereno
 
hay noches negras,
 
hay sueños enterrados,
 
hay naufragios,
 
hay cenizas.
 
Míralo bien entonces,
 
escruta tras el velo de sus ojos,
 
tras su risa, tras su aliento,
 
asómate al abismo
 
y encontrarás allí
 
tu propio espejo.
 
Alexander Khokhlov


Alexander Khokhlov


domingo, 26 de mayo de 2013

Relato del escriba del Infierno: adolescentes.

Todos sabemos cuál es nuestra peor pesadilla.
En una época, hace mucho tiempo ya, soñaba que caía en un abismo sin fondo, infinito, aterrador. Otras veces era alguien, un ser sin rostro que me acechaba y perseguía con intención de matarme.
Dicen que las pesadillas hablan de nuestros miedos.
Uno de los más populares y extendidos es el miedo a morir.
Aunque yo ya estoy muerto. Mis pesadillas actuales no son fruto de la fantasía respecto a algo que podría ocurrirme en el futuro; son hechos que ya han ocurrido; son historias que escucho sin cesar en esta eterna vigilia nocturna.
Porque en la celda donde cumplo condena es de noche; así que escribo a tientas lo que otros me dictan, relatando las cadenas de sucesos que los han traído hasta este sitio infernal.
Detrás de cada acción, hay una elección. Y detrás de la elección se encuentra el motivo. Las razones.
Hay una gran variedad, pero muchas se repiten: egoísmo, ambición, venganza. Codicia; vanidad.
Todo esto aderezado con una gran dosis de necedad, y el resultado es este: una plaza en el infierno.
Vayamos entonces a lo que hoy ha ocupado mis horas muertas.
Un relator. Una historia.
Se trataba esta vez de un grupo de alumnas de instituto que todos los años, durante el comienzo de la primavera, iban de acampada acompañadas por un equipo de adultos, en general profesores y padres.
Era un colegio privado de niñas, y las jóvenes en cuestión tenían quince años.
Cada año solían acudir a un sitio distinto, así que esta vez conocerían una abadía de monjes benedictinos cuya propiedad colindaba con el parque donde establecerían el campamento.
Llegaron al mediodía, tras dos horas y media de viaje en autobús, entre canciones de los boy scout, anécdotas divertidas del año anterior, y el intercambio a hurtadillas de mochilas repletas de provisiones prohibidas: alcohol, patatas fritas y cigarrillos.
La marihuana quedaba reservada para el grupo de las «ovejas negras» del curso. Su líder se llamaba Nina, y había declarado la guerra a los adultos, comenzando por sus padres e incluyendo los profesores y la autoridad en general.
Era una adolescente muy inquieta, lo cuestionaba todo y se aburría con facilidad. Por eso siempre estaba en búsqueda de nuevos retos.
Si bien se encontraba allí obligada por sus padres, pensaba aprovechar la oportunidad para divertirse y demostrarse a sí misma que en el fondo, ella seguía sus propias reglas.
Así que tras organizarse en grupos para armar las tiendas de campaña, los coordinadores dieron a las adolescentes tiempo libre hasta la comida, y de este modo ellas hicieron un recorrido espontáneo por el lugar.
El parque propiamente dicho no tenía nada de especial, pero la propiedad ubicada al norte de éste era otro cantar. Una de las profesoras convocó a quienes estuviesen interesadas en conocer la abadía, y todo el mundo se apuntó para la visita. Incluso Nina y sus amigas. Eran dos: Ana, alegre por naturaleza y con pocas ganas de estudiar, y Sara, deportista, muy lista pero con problemas familiares: sus padres se habían separado recientemente.
Cuando el grupo llegó a la abadía, fue atendido por un monje muy cordial que se encargó de guiar a las jóvenes en su recorrido por las dependencias donde eran admitidas las visitas, o sea la hospedería, la capilla principal y el campo santo.
Este último sitio suscitó un interés morboso por parte de las alumnas, que esperaban ver siniestras figuras aladas custodiando las tumbas. Se llevaron una decepción cuando hallaron un prado sembrado de sencillas cruces de madera, adornadas con pequeños canteros cubiertos de flores. El monje que hacía las veces de guía iba explicando la historia y contando anécdotas para amenizar la visita, consiguiendo la atención de sus oyentes cuando nombró un desdichado sitio que se ubicaba al sur de la abadía, fuera de los límites de esta.
Los lugareños le llamaban «el Cerro de la matanza», y la razón se refería a los hechos acaecidos en aquel lugar hacía más de quinientos años.
Toda la zona en aquella época estaba poblada por indígenas, hasta la llegada de los hombres blancos desde el otro lado del océano.
Al parecer, en el cerro en cuestión los colonizadores tomaron como cautivos a una tribu entera y allí mismo los exterminaron, pasándolos por la espada a todos sin excepción: hombres, mujeres, ancianos y niños.
El campo quedó literalmente cubierto de cadáveres.
Un rumor se extendió por el lugar: aquellos muertos no descansaban en paz, sino que vagaban sin rumbo buscando justicia.
De este modo nadie se aventuraba a pasar por allí durante la noche, so pena de encontrarse con algún fantasma torturado.
Incluso había quienes afirmaban haber escuchado gritos y alaridos provenientes del cerro, alguna noche de luna llena.
Tras relatar su pequeña historia de terror, el monje llevó al grupo hasta los pies del monte, y las jóvenes treparon con entusiasmo hasta la cumbre, que consistía en una pradera bordeada de arbustos altos, con una gran cruz de hierro plantada en medio, y una serie de cruces más pequeñas alrededor, que simbolizaban las estaciones del vía crucis.
La líder de las rebeldes, Nina, ya tenía un plan para aquella misma noche.
El resto de la jornada transcurrió con relativa tranquilidad, hasta que a la medianoche todo el mundo se retiró a sus tiendas de campaña para descansar. Al día siguiente debían levantarse temprano.
Nina y sus amigas permanecieron despiertas más de una hora, y cuando supusieron que ya todo el campamento dormía, salieron con sus linternas y las mochilas, en dirección al Cerro de la matanza.
No era muy lejos, aunque esa noche no había luna, así que la oscuridad les impedía avanzar con rapidez.
Lo identificaron gracias a la alta silueta negra de la cruz principal.
Las tres treparon hasta llegar a la cumbre, y allí descargaron sus mochilas, dispuestas a beberse toda la cerveza que habían llevado.
Llevaban un rato de esta guisa, cuando Sara creyó ver algo. Entre los arbustos, señaló.
Ana era la más miedosa del grupo, así que enseguida dio un salto y exclamó que había sido una mala idea, que lo mejor sería regresar al campamento.
Sara opinaba lo mismo, y fue entonces cuando Nina mostró sus dotes de líder persuadiendo a ambas para pasar la noche allí, y demostrar a todo el mundo que las historias de fantasmas contadas por los adultos eran puro cuento.
Así que sus amigas, más para no decepcionarla que por convencimiento propio, se quedaron.
Para entretenerse decidieron hacer una apuesta sobre quién contaba la historia más terrorífica, y cuando Sara comenzó su relato, ocurrió.
Ana lo vio primero: una sombra enorme salió de la oscuridad, armada con un hacha. Las tres chicas corrieron chillando desesperadas tratando de escapar.
Nina había cogido una linterna, pero sus amigas no. Ella descendió a tropezones, cayendo, rodando e incorporándose, mientras oía los gritos de las otras dos jóvenes que la seguían detrás. Nina, con las rodillas despellejadas y casi sin aliento, corrió, corrió, corrió… La linterna se apagó; de todos modos no habría servido de mucho: ella ignoraba adónde se dirigía; solo quería alejarse, esconderse y escapar.
De repente, ya no se oyeron más gritos.
Solamente el latido de su corazón en los oídos y sus jadeos al respirar.
No se atrevió a darse la vuelta; no sabía si estaba lo suficientemente lejos.
¿Ana y Sara habían logrado escapar? ¿Estarían escondidas cerca de allí?
Mientras pensaba en esto, sintió que algo pesado se le echaba encima y la aplastaba contra el suelo.
«¡No, no, Dios mío, no, no!»
El hacha que comenzó a cortar su carne ya estaba ensangrentada.
No muy lejos de allí, los cadáveres de sus amigas bañaban con su sangre el suelo, al pie del Cerro de la matanza.
Luego la figura solitaria se inclinó sobre los tres cuerpos para llevarse sus trofeos: trozos de cuero cabelludo arrancado de las cabezas de sus víctimas.
Quien relató los hechos fue Nina, condenada a pasar una eternidad en el quinto círculo del infierno. Su destino final será semejante al de Sísifo, solo que en lugar de llevar una inmensa roca a sus espaldas, cargará con los cuerpos sin vida de sus amigas para siempre.
¿El asesino? Estaba loco. Y los locos reciben aquí un tratamiento especial.





 Nota: el "Cerro de la matanza" que es nombrado en el relato existe, y también la leyenda que explica su nombre. Se encuentra en un pueblo llamado Victoria, que pertenece a Entre Ríos, una ciudad de Argentina.

jueves, 23 de mayo de 2013

Hoy comparto una poesía: Presencia.



 PRESENCIA

Me basta tu presencia

Cuando todo se disuelve

Cuando la tierra se hunde

Y lo que es se desintegra.

Me basta tu presencia

Cuando todos ya se han ido,

Y a lo largo del camino

Tan solo quedan las piedras.

Me basta tu presencia

Cuando la carne me dice

Que ya ha llegado al límite

De la total impotencia.

Me basta tu presencia

En las manos extendidas,

En los pasos vacilantes,

En la sed de una caricia.

Me basta tu presencia

En la ciudad y el desierto,

Entre rejas, y en el viento

En el llanto y en la risa.

Me basta tu presencia

En la vida y en la muerte

Cuando la luz ilumina

O el silencio nos envuelve.

Me basta tu presencia,

Aunque pierda la memoria

Aunque todo me señale

Que solo queda la ausencia.

Me basta tu presencia

En el fondo del olvido,

Entre lo más escondido

De mis oscuras esperas.
 
La imagen es de la película Memorias de África.
Si tengo que elegir una historia de amor en el cine, esta es una de mis preferidas. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

El enemigo auténtico.


Los obstáculos no son los enemigos cuando queremos conseguir algo.
Las puertas cerradas, los "noes" tampoco son el enemigo.
Quienes dudan de ti, quienes aconsejan desistir y coger otro camino supuestamente más fácil,
tampoco son culpables de nada.
Los múltiples intentos fallidos no son producto de alguna confabulación cósmica para que fracasemos.
Ni Dios, ni el Universo, ni los hados ni la mala suerte. Ni quienes se comportan como enemigos,
ni falsos amigos.
No son los responsables.
Si mientras andamos en pos de nuestras metas, esforzándonos en ser fieles a aquello que queremos conseguir, poniendo todo de nuestra parte, y aún así no obtenemos resultados, ¿está fallando algo?
¿Somos entonces nosotros mismos los responsables de esta dilación, de esta frustración continua?
Nos asaltan dudas, vacilamos, a veces hasta nos golpea la depresión.
O por lo menos, la desesperanza.
A veces, digo que a veces, no es nada de eso.
Es tan sencillo como lo que acabo de descubrir.
En este momento, mi enemigo es la impaciencia.
Tendré que hacer las paces con los ritmos cósmicos, seguir fiel al camino que me hace feliz
pero "soltando" el deseo de controlar los resultados. El "cómo" y el "cuándo".
Adelante. Un paso más cada día.
Avanzo.
Y eso es lo importante.

¡Feliz jornada!
Foto de internet

martes, 21 de mayo de 2013

Motivaciones





Agatha Christie

Dentro de unos días tendré la oportunidad de
hablar de mi novela (El fantasma de la niebla)
a otras personas, gente que aún no conozco personalmente. 
Patricia Cornwell
Me siento como en la antesala de un examen.

Cualquiera diría que es fácil hablar y presentar
tu trabajo, el fruto que ha salido de tu mente y
de tu imaginación, y que nadie mejor que tú lo conoce y puede hablar de él.
Pero yo tengo que vencer cierta timidez.
Me resulta mucho más cómodo escribir sobre
ello que hablar delante de un público.
Nos pasa a algunos.
¿Y qué puedo contar, de modo que no
parezca pretencioso ni falsamente modesto?
Pues diré la verdad, comenzando quizás por el
motivo que me lleva a escribir estas historias.

Hay escritores que escriben para hacer pensar
al lector, para que éste se plantee su existencia.

Douglas Preston y Lincoln Child
Yo escribo para entretener.
Para que el lector disfrute con la historia,
se "enganche", experimente curiosidad,
miedo, alegría, inquietud, intriga, desazón,
placer, entusiasmo...
Y la explicación es muy sencilla.
Porque como lectora de ficción desde hace
décadas, siempre me he acercado a una
novela buscando eso:
entretenimiento, disfrute, hacer un paréntesis
en la realidad cotidiana para distender
la mente y el corazón con una historia
interesante.
Si quiero planteos existenciales o metafísicos,
los busco en otro tipo de lectura.
De todos modos también es justo que diga
que detrás de la historia más banal
se esconde algo.
Siempre hay "moraleja", si uno la busca.
También he de decir que hay libros
que han fracasado conmigo como lectora.
Son los que me han aburrido.
Creo que lo peor para un lector de mi estilo
(por lo menos para mí) es el aburrimiento.
Puedo soportar todo lo demás.
Puedo soportar situaciones absurdas;
puedo soportar una larga espera;
incluso puedo soportar no entender la mitad de lo que estoy leyendo.
Lo que no perdono es el aburrimiento.
Es así. Me acepto y me respeto a mí misma en esto.

Y escribo aquello que como lectora valoro en una
obra de ficción: que la trama plantee una situación
(normalmente al comienzo) que atrape desde el principio
la atención del lector; los protagonistas
con personalidades interesantes, que despierten emociones
tanto de atracción como miedo o rechazo;
con un ritmo ágil y que ocurran cosas.
¡Tiene que pasar algo!
Fundamental entonces: la intriga, el miedo,
la acción, el romance.
Es decir, los ingredientes necesarios para conseguir
el objetivo que es entretener y hacer disfrutar
a quien lee la historia.
 
La clave de todo está en lo que dijo un escritor
famoso una vez:
"antes que nada,
soy un lector. Amo la lectura."
 
 

Nota: las fotos son algunos de los autores que más me han entretenido con sus historias.

lunes, 20 de mayo de 2013

El mar


 El mar expresa distintos estados de ánimo.
Si no me creen, vengan a visitar estas playas.
Estos últimos días ha estado turbulento,
susceptible, por momentos juguetón y de repente
presa del frenesí.

El mar es un ser...
El mar es un infinito ser, con una
vida oculta en su interior que algunas veces
permite vislumbrar a los valientes que
se atreven a intentarlo...

El mar esconde monstruos. Sí, así es.
Esconde también tesoros maravillosos,
vigilados por las mismas criaturas
que inspiran un temor sobrenatural.
El mar, a veces, en ocasiones muy contadas,
revela algo de sí cuando ve un alma dispuesta
a guardar su secreto.
Por eso los pescadores pasan tantas horas
en silencio mirando el horizonte
con esos ojos sin edad, maestros
en descubrir la señal más sutil,
la más pequeña, que es una invitación
a lo extraordinario.

El mar alberga dioses y demonios.
Algunos afirman que en realidad
el mar es la esencia de una mujer.
Por eso es inabarcable, inasible,
imposible de amarrar y domeñar.
Es libertad.



El escriba del infierno: el hermano menor.


Al principio pensé que me había equivocado. En el quinto círculo del infierno no suele haber niños. Pero aquella voz era claramente infantil. Desde hace siglos he perdido la capacidad de asombro; forma parte de la condena, y les puedo asegurar que en ocasiones el tedio sin fin llega a ser insoportable. Pues bien, un niño de diez o doce años se hallaba en el papel de relator, y no era algo habitual.

Cogí la pluma, cerré los ojos, y me dejé envolver por su recitado entrecortado mientras deshilvanaba su historia.

Se trataba un matrimonio joven que acababa de tener su segundo hijo. El mayor, de cinco años, era un niño vivaz, alegre y tremendamente curioso. Más de una vez se había metido en problemas por este motivo, y su madre lo vigilaba continuamente.

El padre se ausentaba durante todo el día, por motivos de trabajo. Su esposa era ama de casa, se hacía cargo del niño y participaba en las actividades de la parroquia de su barrio. Hasta que quedó embarazada del segundo hijo.

Fueron nueve meses difíciles. Era un embarazo de riesgo, así que debía hacer mucho reposo y cuidarse con esmero. Todos los adultos de la familia: su marido, los padres de ambos, su hermana mayor, todos ellos estaban pendientes de la joven embarazada, que recibía sus cuidados con alivio agradecido.

Quien no comprendía del todo aquel revuelo en torno al hermanito que aún no había nacido, era el pequeño primogénito. Ya no estaban tan pendientes de él; papá no se dedicaba a jugar un rato a la pelota como antes lo hacía, y mamá se quejaba mucho, le chillaba cuando hacía ruido con los tanques de guerra, y ya no le leía cuentos antes de irse a dormir. Decía que estaba malita y por eso no podía ir a su cama; además, él ya era mayor y había aprendido a leer en casa.

No le gustaba nada de aquello; no entendía, se sentía desatendido, los adultos habían dejado de quererlo como antes…

Pero lo peor llegó cuando nació su hermano. Era prematuro; había estado en el hospital varios días hasta que por fin pudieron llevarlo a casa.

Pusieron su cuna junto a la cama de matrimonio de sus padres; y el bebé absorbió toda la atención de su joven madre.

El niño quería ayudarla, se ofrecía para sostener al bebé y para contarle cuentos inventados por él, pero a su madre no parecía gustarle nada de lo que hacía. Era muy brusco –decía- y debía bajar el tono de voz. No debía correr por los pasillos, ni coger a su hermanito de la manera como lo hacía porque éste era muy pequeño y le podía hacer daño.

Finalmente el niño desistió en su intento, y simplemente se limitaba a mirar cómo su madre ojerosa y cansada mecía al bebé llorón a todas horas, desde la mañana hasta las dos, tres, cuatro de la madrugada.

Nadie pareció notar su cambio de actitud. Se volvió más retraído, cauteloso, menos espontáneo. La pelota permaneció olvidada en un rincón del jardín, y él se encerraba en su cuarto durante horas para dibujar.

En una ocasión su abuela materna se asomó a la habitación de su nieto y quiso ver los dibujos. Eran rayas rojas y negras sobre el papel; no había nada más. Se extrañó un poco, pero los niños de hoy en día eran diferentes. Así que volvió donde estaba el pequeño bebé y su nieto mayor quedó nuevamente relegado al olvido.

Pese a tantos cuidados, el recién nacido padecía de cólicos que le provocaban un llanto enloquecedor horas y horas. No había manera de calmar el dolor de aquel cuerpecillo frágil, que se retorcía en los brazos de su madre buscando un alivio, llorando hasta quedar exhausto y sin aliento. Por la madrugada, parecía que las molestias se intensificaban, así que su padre se había trasladado a dormir a otro cuarto y su madre solía quedarse dormida con el bebé en brazos, en la mecedora que había junto a la cuna.

Una noche fue especialmente dura. El bebé parecía ahogarse de tanto llorar, su madre también lloraba, y el pequeño primogénito contemplaba impotente aquel cuadro sintiéndose peor que nunca. Debía hacer algo. Había comenzado a tener pesadillas, sueños horribles que no había contado a nadie, en los que su madre moría de cansancio por no poder dormir, y su padre se llevaba al bebé y a él lo dejaba en un sitio donde los adultos abandonaban a los niños que ya no querían más.

No quería que su madre muriese. No quería irse lejos de su padre. El bebé tenía que dejar de llorar. Rezaba a Dios para que su hermanito dejase de llorar. ¡Por favor, haría lo que fuese, pero por favor, que no llore más!

Entonces Dios le dio una idea.

Era avanzada la madrugada, y la joven madre siguiendo la rutina de todas las noches, mientras oía de telón de fondo los gañidos del bebé desde su cuna, fue a la cocina para preparar el biberón. Sus movimientos parecían los de un sonámbulo mientras ponía la leche a calentar a baño maría.

De repente se hizo el silencio. Irguió la cabeza y aguzó el oído. No escuchaba nada.

¡El bebé! Fue corriendo a su habitación, y se detuvo en el umbral viendo a su hijo mayor incorporarse de la cuna con unas tijeras en la mano.

“¡Qué has hecho! ¡Qué le has hecho al bebé!”

Comenzó a gritar mientras se inclinaba para abrazar el pequeño cuerpo ensangrentado, mientras el niño de cinco años a su lado soltaba las tijeras e intentaba explicarle que había sido Dios, que Dios se lo quería llevar porque si no ella iba a morir, que no se enfadase con él por favor, mamá, mamá…

A estas alturas de su relato yo meneaba la cabeza mientras mi pluma escribía sin detenerse. Así que había sido eso. Pero ¿el infierno? Debía haber algo más; sólo por eso, si aquel era el castigo, el quinto círculo estaría lleno de niños y el reino de Satanás parecería un parvulario. Por ese motivo no di por terminado el relato y esperé.

La voz infantil continuó con la historia, pero en su tono comencé a percibir algo distinto. Era de un niño; pero no parecía sólo un niño.

El bebé sobrevivió al ataque con cicatrices terribles en el rostro, que al comenzar a crecer le impedían llevar una vida normal. Su hermano mayor jamás fue perdonado.

La madre cayó víctima de una depresión de la que nunca se recuperó; el padre se transformó en un desconocido que los visitaba los fines de semana, hasta que dejó de hacerlo.

Algunos años más tarde, una mañana de abril, con el sol entrando a raudales por los ventanales de la casa, el hermano mayor con dieciséis años recién cumplidos contemplaba melancólico el paisaje desde el balcón de su habitación. Su madre se hallaba en el salón con los abuelos, jugando a las cartas. De repente sintió que por detrás algo lo golpeaba con una fuerza increíble, y con un grito ahogado se precipitó al vacío. Boca arriba, agonizante, creyó ver a su hermano menor mirándolo desde el balcón, y detrás de él, una figura oscura que no supo distinguir. Luego todas las luces se apagaron.

Sabía cuál era el precio: Satanás se lo había explicado con claridad. Por eso tras haber matado a su hermano, bajó por las escaleras y fue cerrando todas las puertas y ventanas, guardando las llaves en el bolsillo. Luego buscó en su habitación el material que había escondido en el armario, y desde allí comenzó a rociar con gasolina el suelo haciendo un camino hasta el salón. Encendió una cerilla y el fuego se extendió rápidamente ante la mirada horrorizada de los adultos, que se levantaron gritando e intentando encontrar una salida.

Nuestro pequeño ejecutor eligió lo alto de las escaleras para contemplarlo todo antes de morir.

Mientras escribía la última frase de su relato, en medio de la penumbra de mi celda, vino a mis ojos la imagen de su castigo. Será arrojado a un infinito abismo negro, y en aquella oscuridad su peor pesadilla infantil lo devorará una y otra vez.

No me pidáis los detalles: eso sólo lo saben el niño, y por supuesto, Satanás.

El infierno de Dante.

 

 

 

 

domingo, 19 de mayo de 2013

Tragedia y esperanza. Invito a verlo:

La reflexión es de Alan Watts.

Y la pregunta que me resulta fundamental es "¿a qué te gustaría dedicarte si el dinero no fuese el propósito?"

Me ha parecido una "perla" que vale la pena compartir. Todavía estamos a tiempo. A tiempo de reinventarnos, de rectificar el rumbo, de concretar aquello que hasta ayer nos parecía una locura.
Los niños, en general, antes de que les lavemos el cerebro con nuestras ideas adquiridas, lo tienen claro.
Algunos estamos en ello. Porque el mundo que nos hemos inventado y que estamos sosteniendo con nuestro consentimiento diario de las cosas, no funciona. O para una gran mayoría de nosotros, funciona mal.
Así que aquel deseo loco de "cambiar el mundo" que muchos hemos tenido de adolescentes, no era tan loco entonces...
No puedo cambiar las elecciones de los demás, pero sí las mías. Y en eso, hacer la diferencia.
Y seguramente hay en alguna parte otros como yo que también quieren "hacer la diferencia".
Quiero terminar este pequeño espacio dominguero con un himno, para mí, de todos los que no nos limitamos a soñar algo distinto, sino que estamos dando pasos en la creación de esa realidad que soñamos:

¡Que lo disfruten!

Por amor a ellos, los animales.


Acabo de leer un texto que expresa con claridad mi sentir respecto a los animales, a todos ellos sin discriminación de especie.
Quiero compartirlo aquí:

"Sostengo que cuanto más indefensa es una criatura, más derechos tiene a ser protegida por el hombre contra la crueldad del hombre. Debo realizar todavía muchas purificaciones y sacrificios personales para poder salvar a esos animales indefensos de un sacrificio que no tiene nada de sagrado. Ruego constantemente a Dios para que nazca sobre esta tierra algún gran espíritu, hombre o mujer, encendido en la piedad divina, capaz de librarnos de nuestros horrendos pecados contra los animales, salvar las vidas de criaturas inocentes y purificar los templos."
Gandhi (acerca del sacrificio de animales).

Foto de internet

¡Feliz Domingo!


viernes, 17 de mayo de 2013

Flores, flores, flores...


Aunque aquí en Málaga estos días el rey del tiempo es el viento que trae nubes, lluvia, nubes nuevamente, con bajadas de temperatura que por lo menos a mí me despistan bastante, la primavera se ha instalado en los parques y jardines, y en el ambiente en general.

Así que ayer me "sumergí" literalmente en el Paseo del Parque para hacerle honor a la estación de las flores y el romance, con una sesión de fotos.
Aquí la comparto, espero que les guste, ¡feliz viernes!