viernes, 10 de mayo de 2013

Pereza


Un relato corto para amenizar la noche que recién comienza:

Halloween 1978

Me da pereza levantarme.
Aquí tumbado en el sofá, frente al televisor apagado, estoy muy bien.
Veo el mando a distancia ubicado en un mal sitio. Tendría que incorporarme para llegar a él. ¿Por qué he de hacerlo entonces?

Apenas muevo el brazo para rascarme la barriga hinchada y peluda que asoma por debajo de la vieja camiseta, demasiado corta. La tela está manchada, está mugrienta. ¿Qué más da?
No tengo ganas.

Por eso no me he casado. Y me resisto al deseo de Yolanda de irnos a vivir juntos. Ya sé lo que ocurre después.
Además está eso que ahora me espera en la bañera. No; imposible planteármelo siquiera.
Y mi trabajo nocturno, los horarios, el tiempo extra que dedico al taller...

La persiana está levantada; seguramente si me asomo ahora, veré a la vieja cotilla del tercero, espiándome.
Cree que no me doy cuenta, pero sé perfectamente que se esconde detrás de esa cortina cursi que tiene. Vieja chismosa. Si sabe lo que le conviene, que deje de meter las narices donde no la llaman.
Si no, puede que le haga una visita.

¡Uf! La cerveza está caliente. Qué asco. Tendría que levantarme a por otra para quitarme el mal sabor: ¡pero qué pereza!
Siento que los huesos se derriten si llego a moverlos... Solo quedaría un charco bajo el sofá. Un charco rojo, me gusta el color.

Debo encargarme de eso. Ha pasado poco tiempo, pero ya sabes cómo es.
Luego están los de al lado. Él no me gusta; ella está bien. Parece una chica maja; un poco sosa para mi gusto, pero es educada, siempre saluda en las escaleras cuando nos cruzamos.
Él en cambio me mira de ese modo; el que tú y yo conocemos. Seguramente después le llena la cabeza con habladurías sobre mí.
No la merece. Oigo sus gritos y cómo la trata. «Basura. Puta. Inútil.»
Puedo ayudarla. Hoy no; el sábado en cambio él se va a trabajar, sale tarde de casa, y no regresa hasta el domingo al mediodía.
El sábado, pues. Me lo agradecerá.

¿Ya son las diez? No. ¡Las once!
Debo levantarme. Debo hacerlo. ¡Vamos hombre muévete de una vez!
Cinco minutos. Solo cinco minutos.
Después de una noche de trabajo, no puedo fumar. Y menos sin haber probado bocado antes.
Le pediré a madre que prepare ese brebaje para las resacas. Es inmundo, pero da resultado.
Venga ya. Han pasado diez minutos.
Está bien, ya voy. Maldita pereza. Si Yolanda llama para salir hoy, ¿qué le diré?
«Lo siento querida, esta noche no puedo, me está esperando un cadáver en la bañera.»
Tonterías.
«¿Ves por qué no podemos irnos a vivir juntos? Si lo hacemos, tendría que matarte, amor mío...»
Aunque hoy no. Me da pereza.

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