jueves, 31 de octubre de 2013

Sueño de Halloween



(Aclaración de la autora: Esta conversación la escuché una noche de luna llena, cuando buscaba inspiración en el cielo nocturno...)

–¿Eres tú, abuelita? Te noto un poco rara.

–¡Ay mi niña, estoy fatal! Desde hace una semana no levanto cabeza con el constipado.

–¡No te preocupes, abuelita! Te he traído jarabe para la tos, y un trozo de pastel de manzana.

–Mm, desde aquí no puedo verlo bien. Ven: acércate más, ¡no seas tímida! Aquí, junto a la cama; mira, te he dejado un sitio.

–No puedo, abuelita. Mamá no permite que me acerque a los enfermos. ¡Podría contagiarme!

–¡Bobadas, niña, bobadas! A estas alturas es imposible que te pegue el constipado.

–Está bien. Dejaré la canasta sobre la mesilla de noche, y si quieres comerte ahora el pastel, te lo llevaré en una bandeja de plata.

–¡No! Quiero decir: olvídate de la bandeja de plata. Tráemelo con una servilleta de papel. No temo ensuciarme las manos.

–Aquí tienes entonces. Abuelita: ¿estás segura de que lo tuyo es solo un constipado? Abultas mucho en la cama.

–Mi querida niña, la hinchazón se debe a que no he podido levantarme hasta ahora. Como tú estás aquí, me ayudarás a incorporarme y a dar algunos pasos por la habitación, ¿qué te parece?

–No sé si podré hacerlo. Creo que pesas demasiado: ¿y si te caes? No podría levantarte, abuelita.

–¡No me caeré: lo prometo! Ahora, ven y deja que me apoye en tu hombro.

–Está bien. No dirás después que no te he hecho la advertencia, querida abuelita.

–Deja que me sostenga en ti... ¿Qué es esto, niña? De repente has doblado tu estatura. Veo pupilas rojas en tus ojos. ¡Tus dientes son largos y tus orejas asoman por debajo de la capucha! ¡Tú no eres mi amada nieta!

–Abuelita, abuelita, la fiebre te hace delirar. Soy yo: siempre he sido yo. Es Halloween, ¿recuerdas? Olvida tus pesadillas con humanos... Los hemos cazado a todos: los atrapamos y los aniquilamos sin compasión. Hemos devorado su carne; y nos  disfrazamos con sus pieles y sus ropas. Sin embargo, esta cueva es nuestro hogar, y ambas somos parte de la manada. ¡Mira: esta noche hay luna llena, abuelita!

–Ah, tienes razón. Salgamos a honrar la luna con nuestros aullidos, pequeña. Date prisa; pronto el amanecer ahuyentará las últimas sombras, y desapareceremos sin remedio, como el sueño de los niños cuando despiertan en brazos de sus madres.

 




Nota: las imágenes pertenecen a las películas "Caperucita roja" y "El hombre lobo".

viernes, 25 de octubre de 2013

Un libro sobre Halloween, y mi participación en él

Acaba de salir un libro de relatos donde 14 autores han participado, con un tema en común: la noche de Halloween. Esta ha sido una iniciativa del blog de cine y literatura: "RBC in Wonderland", cuyo enlace es:
http://rbcbook.blogspot.mx/

He sido invitada a participar, y por supuesto lo hice encantada, con un relato cuyo título es "Noche de Halloween para recordar", y en el libro figura como la historia nº 6.

Los invito a leer y disfrutar de estas historias inspiradas en una fiesta que asume distintos nombres o tradiciones según los países donde se celebra, cuya fecha coincide con la víspera de todos los Santos, es decir la noche del 31 de octubre. También llamada "Noche de brujas" o "Noche de difuntos", aquí se la llama "Halloween", expresión importada de los países anglosajones...

Aquí les dejo el enlace para acceder al libro:

http://issuu.com/rbcnew/docs/noches_de_halooween_libro_rbcbook_2?e=9481079/5366238

 
El autor del blog que propuso esta iniciativa ha tenido el gesto de mandarnos esto a los que hemos participado en el proyecto: ¡Muchas gracias R.!

 
 
 

martes, 22 de octubre de 2013

El carrito de los helados



Aquel día era como cualquier otro. Se levantó poco antes de las siete, se duchó, se afeitó con la navaja que había heredado de su padre; pese al tiempo transcurrido, ninguna máquina podía reemplazar el sencillo ritual que llevaba a cabo todas las mañanas con aquel maravilloso objeto.
Luego preparó el desayuno, siempre el mismo: zumo de naranja, café con leche y tortitas caseras. Esa mañana se le antojaba mermelada; sí, también habría mermelada en el menú.
A continuación fue a despertar a los niños. Protestaban un poco, pero eran buenos niños; sobre todo obedientes.
Él no soportaba la falta de respeto a los mayores. Lo dejó claro desde el principio, y sus pequeños aprendieron rápido: si ellos seguían las normas, todo iría bien.
Media hora después salió de la casa y se dirigió al garaje en busca del coche.
Entonces notó que algo desentonaba en su rutina. Tardó unos segundos en darse cuenta: el vecindario se hallaba demasiado inmóvil, sumido en un silencio antinatural.
Ni siquiera la vecina cotilla que vivía enfrente había movido las cortinas de la ventana para espiarlo, como solía hacer.
Algo más encendió su alarma interior: el autobús escolar se retrasaba por primera vez.
Frunció el ceño y repasó las posibilidades: un accidente en la autovía que pudo provocar atascos; una huelga de la que él no se había enterado; o una evacuación general debido a algún tipo de amenaza terrorista.
Casi sonrió ante este exceso de imaginación; sin embargo estaba seguro de que aquello no era normal. Por una vez lamentó su aversión a oír las noticias que daban los medios de comunicación.
Cuando con el mando a distancia comenzó a abrir el portón del garaje, percibió que algo se acercaba por la calle desierta.
Era un carrito de helados. Permaneció inmóvil, mirando aquello con incredulidad.
Lo que tenía ante sus ojos parecía sacado de una postal de su niñez, cuarenta años atrás: el conductor con una gorra de visera blanca que ocultaba la mitad de su rostro, conducía el carrito a pedales a la vez que  gritaba: «Chocolate con nata; vainilla y fresa: ¡helados!».
Para su mayor asombro, el hombre del carrito se detuvo frente a él y con una sonrisa le preguntó si quería comprar helado para sus niños.
Él con voz seca respondió que no tenía hijos. Entonces el conductor hizo algo que puso los pelos de punta a su interlocutor: sonrió.
Y volvió a preguntar si quería comprar helado para sus niños.
La visera que llevaba no permitía ver sus ojos, pero el otro hombre los sentía como agujas clavadas en su propio rostro.
«Lo sabe», pensó.
De alguna manera aquel chiflado del carrito conocía su secreto.
Debía actual de forma rápida, antes de que todo escapase a su control.
Respiró hondo y respondió al vendedor que estaba bien, que compraría helado, aunque se había dejado la cartera en casa; sugirió si podían ir juntos a buscarla.
El otro aceptó, y ambos se dirigieron a la casa cargados con varias cajas de helado.
Apenas entraron, el dueño de casa fue al baño a coger la navaja que guardaba allí. Entonces presintió el peligro.
Se echó a correr hacia recibidor donde había dejado al hombre del carrito: cuando llegó allí, la puerta de entrada estaba abierta y allí no había nadie.
Enseguida lo supo: ¡los niños! ¡Se había llevado a los niños! Sin aliento bajó hasta el sótano, y su grito retumbó en toda la casa.
Las jaulas estaban vacías. No quedaba rastro de sus ocupantes. El hombre de los helados se los había llevado a todos.
Después de aquello, nada más importó.
No importó cuando acudieron «ellos» como hienas hambrientas a su casa; ni los interrogatorios, ni las pruebas que lo acusaban, ni el encierro.
Mucho menos las noticias que él siempre había odiado leer en los periódicos: «el hallazgo de cuatro tumbas con restos de niños en el sótano de una vivienda»; «el responsable era un miembro destacado de la comunidad».
Nada de eso tenía importancia.
Ya no volvería a oír sus voces; ni el sonido de las cadenas contra los barrotes; ni su llanto en la oscuridad.
No valía la pena vivir allí sin sus fantasmas.
El ladrón de almas se los había llevado lejos, muy lejos, a un sitio fuera de su alcance.



Nota: las imágenes pertenecen a la película "Legión".
 


sábado, 12 de octubre de 2013

Premio One Lovely Award

Hola gente linda:

Alejandra me ha concedido este premio, ¡¡¡muchísimas gracias!!!:
Su blog es: http://cuentosdeterroryprofeciasalejandra.blogspot.com.es/



 Las normas para One Lovely Award son:

1.- Agradecer el premio a la persona que te lo otorgo y enlazarlo a su blog

2.- Compartir seis cosas sobre uno mismo.

3.- Otorgar el premio a once blogs que te gusten y tengan menos de 200 seguidores.

4.- Avisar a los blogs a los que has otorgado el premio.

 

Seis cosas sobre mí:

* Cuando era pequeña en una ocasión estuve a punto de tirarme por las escaleras para ser como Superman.

* Soy zurda, y desde niña tengo la habilidad de hacer la «escritura espejo». Cuando descubrí que Leonardo DaVinci escribía así sus apuntes secretos, pensé que quizás era su espíritu quien me daba esa capacidad... (Aclaro que esto lo pensaba a los 12 años)

* Uno de los recuerdos más trágicos de mi niñez es cuando desde la terraza vi cómo un coche atropellaba a un perro. Hasta ahora lloro al recordarlo.

* El último día en mi país natal, a pocas horas de la partida, una gatita callejera con sus cachorros a quienes dábamos de comer –pero que jamás pudimos tocar–, se acercó por primera vez a mi mano extendida: estoy segura de que fue su manera de decirme adiós.

* Una de las cosas que más valoro en esta vida es la libertad.

* Es la primera vez que escribo historias de terror: es un género que por lo general tengo que leer con las luces encendidas...

Los blogs que he elegido para entregar este premio son:

http://baudedelicadeza.blogspot.com.br/

http://jardinlitera.blogspot.com.es/

http://marisaciteroni.blogspot.com.es/

http://perdidosenlaeternidad.blogspot.com.es/

http://abzurdahzenizientah.blogspot.com.es/

http://siquieres-angeles.blogspot.com.es/

http://mostrandoelartequetienelavida.blogspot.com.es/

http://mydream-alicia.blogspot.com.es/

http://anjodascolinas.blogspot.com.es/

http://graciela69.blogspot.com.es/

http://colorcolorar.blogspot.com.es/

¡Un abrazo, y feliz fin de semana!
 

miércoles, 9 de octubre de 2013

La promesa



El hombre estaba a punto de partir a las lejanas tierras del Amazonas. La tarde previa al viaje, puso todo su empeño en dejar por escrito instrucciones precisas a su mujer, en el caso de que ocurriese cualquier imprevisto durante aquella aventura. Era un explorador con la suficiente experiencia como para no subestimar nunca los riesgos de su misión.
Las instrucciones, con todo, fueron breves: «si el resultado de este viaje es la muerte, no dejéis mi cadáver en tierras extrañas. Rescatad mis restos, y enterradme boca abajo en la tierra, durante el ciclo de la luna nueva».
Por más que su esposa pidió explicaciones ante aquella extraña petición, el hombre se negó a aclarar el tema; tan solo insistió en la importancia de que ella cumpliese sus deseos en el caso de un desenlace fatídico.
No se marchó hasta conseguir el juramento de su mujer, que selló con un beso de despedida. Después dio la espalda a la llorosa esposa y partió.
Pasaron varios meses de escuetos telegramas hasta que se hizo el silencio, y la esposa comenzó a tener pesadillas que la hacían gritar en medio de la noche.
Ella recordaba comentarios sobre los nativos de aquellas tierras: había tribus caníbales; algunas tenían la costumbre de sacrificar a sus enemigos en altares paganos, y de devorar sus corazones en rituales de sangre y muerte.
Como si de un nefasto conjuro se tratase, poco después de que comenzara a tener pesadillas sobre altares y cuchillos, la mujer recibió la cruel noticia: su intrépido marido había muerto.
Creían que había sido devorado por una fiera salvaje. No hallaron su cadáver; solo algunas pertenencias desperdigadas en un rincón de aquella selva indomable.
A pesar de esto, la mujer removió cielo y tierra en un intento de cumplir las instrucciones que había recibido de su cónyuge poco antes de partir; aunque todos sus esfuerzos fueron en vano. Tras meses de intensa búsqueda, la afligida viuda debió afrontar el hecho de que era imposible cumplir la extravagante petición de su difunto marido.
De modo que organizó la celebración de un discreto funeral, y en el pequeño cementerio local hizo colocar una bonita lápida para honrar su memoria.
Entonces regresaron las pesadillas. Esta vez no recordaba su contenido; pero los efectos la hacían temer por su cordura: en más de una ocasión despertó de madrugada, en medio del jardín de su casa, helada de frío. Algunas noches se descubría arañazos en los brazos, provocados por ella misma...
Acudió a un especialista y este le recetó pastillas para dormir, con escasos resultados.
Su propia madre insistía en que abandonara aquella casa y se fuera a vivir con ella, pero esta oferta no era una opción.
La mujer, en su interior, albergaba una esperanza imposible.
Transcurrieron varios meses. Una fría noche de invierno regresó de visitar a su madre y vio que la puerta de la entrada se su casa estaba abierta. Se detuvo en el umbral: había huellas de barro que se dirigían al interior.
No llamó a la policía; no fue a pedir ayuda a los vecinos. En cambio, como una sonámbula, soltó el bolso que llevaba en la mano dejándolo caer allí mismo, y con movimientos lentos entró en la casa y cerró la puerta.
No se molestó en encender la luz. Siguió las huellas hasta el dormitorio principal, el que había compartido con su esposo cuando vivían juntos.
Al llegar allí vio una alta silueta recortada contra la luz opaca que entraba por la ventana. Esta se acercó a ella y el sonido de sus pies llenó la habitación.
La mujer cerró los ojos.
Al día siguiente un vecino la descubrió en el jardín. Estaba boca abajo, semienterrada en un hoyo poco profundo.
La policía no sabía qué pensar: el cadáver tenía una gran herida en el pecho.  A simple vista parecía que alguien había arrancado de cuajo el corazón.
Aquella noche comenzaba el ciclo de la luna nueva.




 Nota: las imágenes pertenecen a las películas: "El pico de las viudas", y "Nosferatu".


lunes, 7 de octubre de 2013

Fotografías de un atardecer

Cada día el cielo y el mar me sorprenden. La contemplación de esta magia que se repite única y distinta -perfecta paradoja- todas las tardes, es, junto con la escritura, mi mejor terapia en estos tiempos turbulentos... Comparto instantes captados con mi cámara, espero que disfruten de ellos:











sábado, 5 de octubre de 2013

Reflexión: señor Miedo


Detrás del odio, hay miedo.

Detrás del orgullo, hay miedo.

Detrás de la agresividad y la ira, hay miedo.

Detrás de la crítica inútil, hay miedo.

Detrás de la crisis hay miedo.

Detrás de la resistencia al cambio, hay miedo.

Detrás de los problemas, hay miedo.

Detrás de la impotencia, hay miedo.

Detrás de la tiranía, hay miedo.

Detrás de la prohibición, hay miedo.

Detrás de la carencia, hay miedo.

Detrás del egoísmo, hay miedo.

Detrás de las fronteras, hay miedo.

Detrás de las puertas cerradas, hay miedo.

Detrás de las armas, hay miedo.

Detrás de la exclusión, hay miedo.

Detrás del engaño, hay miedo.

Detrás del pesimismo, hay miedo.

Detrás de la impunidad, hay miedo.

Detrás de consentir una vida de rodillas, hay miedo.

Detrás del ruido, hay miedo.

Detrás del saqueo a la Madre Tierra, hay miedo.

Detrás del desamor, hay miedo.

 

El enemigo auténtico no es el odio, ni las fronteras, ni el egoísmo.

Es el Señor Miedo.

¿Quién no se ha inclinado alguna vez ante su amarga e insidiosa Tiranía?

Yo también tengo miedos. En plural. Estoy confeccionando una lista. ¿Para qué?

Porque he decidido a hacerles frente. 

Me atrevo a afirmar que hasta que no lo miremos cara a cara, y desarmemos una por una sus razones con el único argumento válido: no tenemos nada más que perder, ya que con miedo o sin él, el dolor y la muerte nos llegarán a todos por igual; en cambio en compañía del miedo, el auténtico sabor de la vida se torna inalcanzable.

Soltemos amarras entonces; desatemos los nudos del miedo, y seamos libres por fin.

 



 
Nota: las fotografías las he sacado aquí, en Málaga.

martes, 1 de octubre de 2013

Relato: el sueño del regreso


«Los muertos no regresan». Se lo había repetido a sí misma una y mil veces, después de la tragedia.

Todavía sentía el hueco en el pecho, donde hasta aquel momento había latido su corazón lleno de amor y felicidad.

Ahora estaba vacío. Todo su ser era polvo y arena, como un desierto olvidado.

Si al menos hubiese podido llorar, sentiría quizás un poco de alivio.

No estaba segura.

Desde aquella fatal noche cuando el reloj de su vida se hizo pedazos, las lágrimas le estaban vedadas. Lo mismo que el desahogo; al igual que el consuelo.

«Los muertos no regresan», volvió a repetir en su interior una vez más.

Sin embargo sus pasos la llevaron de nuevo hasta el jardín trasero de la casa que había compartido con su esposo, el amor de su vida.

Lo hacía todos los días, cuando las campanadas de la iglesia anunciaban la medianoche. Era el momento señalado para visitar la casa.

No se atrevía a entrar; se limitaba, en cambio, a andar por el jardín y a detenerse frente a una de las ventanas, y mirar a través del cristal, hacia el interior.

Allí, entre esas paredes, había pasado las horas más felices de su existencia. Había sido capaz de amar con toda la fuerza de su frágil corazón.

Allí mismo vivió su paraíso particular, hasta que este se tornó en el peor de los infiernos.

En aquel momento, al amparo de la oscuridad, se acercó un poco más para atisbar el interior de la casa a través de la ventana.

En la estancia las sombras se movían al son de una melodía que ella no podía escuchar.

Había dos personas en la habitación.

La pareja que se besaba con pasión en la habitación a oscuras, hizo una pausa y se separó cuando una ráfaga de aire helado los envolvió al instante.

El hombre encendió una lámpara y luego abrazó a la mujer. Entonces ambos la vieron: una figura gris se acercaba a ellos con movimientos lentos.

Sus fosas nasales fueron agredidas por el olor a carne putrefacta. Paralizados por la incredulidad y el horror, clavaron los ojos en el rostro que abría la boca en una parodia de sonrisa.

El ser que acababa de aparecer se movió con inusitada rapidez: empujó con fuerza al hombre contra la pared y lo dejó aturdido, al tiempo que cogía a la mujer por los brazos en medio de los gritos de esta. Cuando sintió el primer mordisco recrudecieron los alaridos.

Durante el ataque, el cuerpo femenino se sacudía y daba patadas en el aire, entre chillidos que se convirtieron en gemidos entrecortados; tras unos minutos se hizo por fin el silencio.

El hombre, en estado de shock, permanecía inmóvil, con la mirada perdida.

En el fondo de su mente quizás esperaba despertar de aquella pesadilla, en la que su mujer asesinada regresaba de la tumba, y tras matar a la amante de él, se acercaba cubierta de sangre y le susurraba con voz hueca:

–Me he quedado con hambre.



 
 


Nota: las imágenes pertenecen a las películas: Cementerio general y Evil Dead.