sábado, 4 de mayo de 2013

Las pérdidas


He vivido muchas, como todo el mundo.
La primera que recuerdo, tendría unos cuatro años, fue la muerte de un tío abuelo llamado Salvador. El «tío Salva» le decíamos.
Aún me emociono cuando lo recuerdo. Yo de pequeña ya era muy charlatana, y él tenía la extraordinaria cualidad (el amor) de escucharme horas y horas...
Viene a mi memoria la imagen de él sentado en un sillón viejo en el patio de mi nona (su hermana) fumando pipa, con su gorra de lana y las gafas de cristales gruesos. Y esa bondad que brotaba por todos sus poros...
Lo amé con todo mi corazón de niña de cuatro años, que es mucho.
Después recuerdo como un flash, un ataúd abierto y yo llorando a gritos, sin entender nada, con rabia, con dolor, y unas mujeres intentando hacerme callar y sacándome a rastras de aquella habitación.

Como no tenía consuelo y exigía explicaciones, mi madre me dijo que el tío Salva estaba en el cielo, concretamente en la luna; así que yo lo veía allí, en una de las manchitas de la superficie, junto a otras manchitas que eran san José, la Virgen y el niño. Más tarde mi visión evolucionó y lo ví en el lucero.

Fue mi primer encuentro con la muerte.
Fue la primera pérdida que viví conscientemente.
Y paradójicamente, fue también el primer paso de mi liberación del miedo a la muerte. De un aprendizaje con la muerte. No significa que ante mi propia muerte física, o de mis seres queridos, no experimente dudas o temor; pero soy capaz de verla de frente, de hacerla consciente. La muerte desde entonces ocupa un sitio en mi conciencia, si no como amiga, sí como maestra.
Y para mi crecimiento personal, esto es fundamental.

La lista de pérdidas ha ido aumentando: pérdidas de otros seres queridos, pérdida de alguna ilusión, pérdida de un proyecto en el que invertí muchos años de mi vida, pérdidas de salud, y la más reciente es la pérdida de un trabajo.
Creo que es bueno y saludable que hagamos una lista de lo que hemos «perdido», y al lado anotemos lo que hemos «ganado» con esa pérdida. Yo he ganado libertad.
He ganado unas pocas pero profundas y claras certezas que me motivan a seguir adelante en esta aventura.
He ganado lecciones que no se aprenden en los libros y que me llevan a comprender desde el interior, desde muy dentro mío, el dolor ajeno: el dolor de otros seres humanos; y me hacen compasiva ante el dolor de cualquier ser vivo.
En definitiva, las pérdidas me hacen más humana. Las acepto. Las recibo no con resignación, sino con voluntad de aprender de ellas. De aligerar un poco más la carga del ego, y experimentar mi ser más libre, más auténtico.

Un abrazo.


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