martes, 11 de junio de 2013

Un pensamiento sobre los 14,15,16 años.






Hoy me levanté con una pregunta:
¿Por qué los adultos en general subestimamos tanto a los adolescentes?
Nos olvidamos que hemos vivido también nosotros esta etapa, y algunos la hemos experimentado en profundidad.

En mi caso, fue mi primer despertar. Con esa edad, leí novelas que hoy probablemente no leería para pasar el rato: El poder y la gloria, A sangre fría, Cien años de soledad, La Ilíada y la Odisea, Narciso y Goldmundo.

Novelas que hoy considero más destinadas quizás a quienes han madurado un poco con la experiencia; y sin embargo las leí con 15 y 16 años. Ellas han formado parte de ese doloroso y a la vez asombroso proceso de mi crecimiento, del despertar que nombraba antes.

En aquella época no sufrí ningún trauma ni ninguna gran pérdida que ha marcado, en cambio, la adolescencia de otras personas.
La única «pérdida» necesaria y común a todos en esta etapa, fue la despedida de la niñez. Diría mejor: de la primera inocencia.

En mis 15 y 16 años me planteé por primera vez las cuestiones filosóficas existenciales que me acompañarían el resto de mi vida:
Quién soy. Qué quiero hacer. Qué me hace feliz. Cuál es mi propósito.

En esta edad también comencé a escribir una especie de diario, anotando sucesos cotidianos, pero más que nada volcando en el papel vivencias, sentimientos, y sobre todo multitud de pensamientos que cruzaban por mi cabeza.

No lo sabía, pero estaba escribiendo acerca de la construcción de mi propio mundo de ideas, creencias, dudas y certezas.
Mis miedos. Los millones de preguntas que surgían a cada paso que daba.

En esos cuadernos escribí también mis primeras poesías. En cientos de páginas (nunca he dejado de escribir un diario) fui desgranando sueños, proyectos, imágenes de un futuro que se abría ante mí sin límites.

Treinta años después escribiría mi primera novela, tras haber enterrado muchos de aquellos sueños, tras haber visto apagarse las estrellas que en aquella época brillaban hermosas y eternas para mí.

Por todas estas razones me inclino haciendo una reverencia hacia esta etapa de la vida. Con respeto, con reconocimiento, y sobre todo con un amor inmenso, profundo.

Rechazo sin piedad los prejuicios que rondan alrededor de los «adolescentes.» No existe la «adolescencia.» Existen personas de 13, 14, 15 años, que comienzan a asomarse al mundo de los adultos, tan decepcionante y hostil para la mayoría de ellos.
Yo me evadía de aquel mundo refugiándome en las historias que leía.
Lo paradójico es que las mismas historias me devolvían a ese mundo pero con otra mirada, ya que me revelaban algo de mi misma, de mi propio poder para afrontarlo y recrearlo.

Quiero recuperar esa sabiduría.
Quiero recuperar esa confianza.

Por todos estos motivos, y quizás también por una especie de nostalgia hacia una época que para mí fue maravillosa, fecunda y feliz, me dispongo a escuchar y aprender de estos nuevos protagonistas: los adolescentes.
Iván Alifan

William Whitaker

William Whitaker

2 comentarios:

  1. Hola Fabiana: muy bonita entrada :-) Con tu permiso voy a compartir tus reflexiones.
    un abrazo
    Roberto

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  2. Muchas gracias Roberto, me alegro de que te haya gustado,
    un abrazo
    Fabiana

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