domingo, 30 de junio de 2013

La casa

Yo nunca había hecho caso de esas tonterías. Me refiero a aquello de casas habitadas por fantasmas, de almas en tránsito encerradas entre cuatro paredes, o la absurda afirmación de que si un sitio había sido el escenario de un crimen, no convenía mudarse a vivir allí.
Siempre he dicho que esas creencias eran para los ignorantes y supersticiosos. Quizás detrás de alguna afirmación de esas se ocultase el interés retorcido de alguna agencia inmobiliaria. ¿No os lo he dicho ya? Odio a esa gente.
Toda mi vida adulta he tenido que lidiar con ellos cuando era propietaria de varios edificios de la ciudad. Yo hasta hace poco vivía de las rentas. Y me iba bien, en general, pese a los buitres de las agencias inmobiliarias.
En una ocasión mi marido y yo pusimos el ojo en una casa maravillosa. Sus propietarios eran gente que vivía fuera del país, y no tenían intención de venderla.
Así que durante varios meses me encargué de presionar y persuadir hasta que finalmente aceptaron mi oferta, no sin antes advertirme que esa casa no era habitable, que mejor la demoliésemos y utilizásemos el terreno en otra cosa…
Puras tonterías. Yo iba a vivir allí, y me importaba un bledo la historia de la casa.
Hicimos las reformas necesarias y al principio del verano nos mudamos por fin. Mejor dicho: yo me mudé, ya que mi marido estaba en Hong Kong por cuestiones de negocios.
Tardó quince días en regresar. Los vecinos ya habían hecho la denuncia, y la policía por fin había logrado contactar con él.
Supusieron que se trataba de un robo fallido. La casa estaba revuelta, y la alarma había sido desconectada.
No se explicaban lo de la puerta sin llave: yo siempre he sido muy precavida al respecto.
Nadie había oído ni visto nada. Como siempre, para estas cosas los vecinos nunca sirven.
En fin, tampoco hallaron mi cuerpo.
¿Habéis sacado la conclusión de que estoy muerta?
Lo importante, estimados míos, es que si podéis escucharme mientras os cuento esta historia, los muertos sois vosotros.
Y estamos habitando la misma casa.
¿No lo sabíais?

La casa muda. Película

La casa muda

La casa del fin de los tiempos

 

viernes, 28 de junio de 2013

Unos pocos versos: Amor

Te nombro sin nombrarte;
estás en cada renglón
de mis desvelos.
Te susurro en silencio
envuelto de oscuridad;
en lo profundo
de un mar invisible
donde nadie te alcanza.
Mis ojos jamás te han
visto;
mis manos
te saben de memoria.
Existo en la utopía
de un paisaje sin fronteras
en ti, solo en ti,
sin nada más.
 


Imágenes de dos películas referidas a Jane Austen, una de mis autoras favoritas.


jueves, 27 de junio de 2013

Un hombre normal. Relato de un despertar.


De pequeño le gustaban esas cosas. Sin embargo cuando expresaba aquella inclinación, los adultos decían que era algo malo, que no debía gustarle eso si quería ser un niño bueno.
Así que enterró en lo profundo de su sótano interior todos esos deseos, y dibujó soles y flores de colores en el papel, formando parte del grupo de los niños normales.

Cuando creció eligió el oficio de su padre, y al tener por primera vez en sus manos la gran cuchilla de acero inoxidable con su afilada hoja, vio su rostro reflejado en ella como si de un espejo se tratara.

Por fin.

Toneladas de «aquello» pasaban por sus manos todos los días: colores, texturas, tamaños, formas; aspiraba su olor particular: en ocasiones ligeramente dulce con un toque ácido; en otras, un aroma denso y opaco anunciando el inicio de la putrefacción.

Disfrutaba con el sonido de los huesos al romperse limpiamente, debido al golpe certero de su hábil muñeca; y el tacto frío y escurridizo de la materia lista para que otros la disfrutasen también.
En aquel contexto a nadie le resultaba extraño verlo cubierto de sangre, con una sonrisa de entusiasmo y lleno de energía mientras trabajaba doce horas al día sin rechistar.

Allí era normal, aunque su sótano rebosaba de deseos reprimidos. Quería más. Necesitaba más. No podía evitar las fantasías. ¿Quién puede hacerlo?

Una madrugada se abrió la puerta prohibida y lo que estaba bajo llave tomó el control.
Cuando la gente supo lo que había ocurrido, el espanto se apoderó de la ciudad.

Al ser interrogados por la policía y la prensa, los vecinos del barrio meneaban la cabeza con incredulidad: « Era un chico muy respetuoso, no se metía con nadie.»
«Muy trabajador; quizás un poco reservado, pero siempre muy amable…»
«Normal, muy normal…» Repetían todos azorados.

Jack el Destripador


El vampiro de Dusseldorf

Asesino del Zodíaco

 








 

miércoles, 26 de junio de 2013

El precio de una pasión

La joven mujer se recogió en dos trenzas apretadas su largo cabello y encendió las velas del candelero. Al instante la estancia se iluminó con aquella luz sutil.
Se sentó frente a las hojas en blanco, introdujo la pluma en el tintero y la mojó con un movimiento mecánico, como quien lo ha hecho millones de veces.

Escribió sin parar hasta altas horas de la madrugada. Para ella era el mejor momento: todos dormían, la casa se hallaba en silencio y solo se oía el rascar de la pluma contra el papel.
Las historias surgían con fluidez y hasta atropelladamente, a veces.
Nadie podía imaginar lo que se escondía tras un semblante sereno, casi apático, de joven noble casadera. Era su secreto mejor guardado. Mejor dicho, uno de ellos.

El otro había surgido en un momento de desesperada angustia, pero no podía dar marcha atrás el reloj y borrar lo hecho.
Un pacto con el diablo. Al recordarlo, se estremeció. Lo hizo con ayuda de una bruja a la que habían quemado poco tiempo después.

Desde entonces le costaba conciliar el sueño. A veces incluso creía haber visto a alguien siguiéndola por las callejuelas cuando iba de camino a la iglesia.
Por un momento dejó la pluma suspendida sobre la página y cerró los ojos.

Sus historias serían contadas e interpretadas en todas las ciudades, por todo el mundo. Cruzarían los océanos y los desiertos, llegarían hasta los hogares de los pobres y a las mansiones de los ricos.
El tiempo no conseguiría borrarlas de la memoria; sobrevivirían a las guerras, los imperios y las conquistas. Sobrevivirían a su propia muerte.

El precio era su identidad. Nadie jamás sabría su verdadero nombre.

Cuando las campanadas de la iglesia dieron las cinco de maitines, terminó el relato y lo firmó con un garabato lo suficientemente legible para aquellos que lo leerían al día siguiente:
«Shakespeare.»



Todas las imágenes pertenecen a la película «Shakespeare in love.»



martes, 25 de junio de 2013

Un pedazo de mar


Dame un pedazo de mar

para llorar esta pena.

Las lágrimas se me agotan,

el corazón sabe a arena.

Un trozo solo te pido,

que me seca la tristeza

el cauce de amarga sangre

dejando huecas las venas.

Así podré sumergirme

como el ancla que resuelta

se hunde hasta tocar fondo

en un abismo de ausencia

donde el tiempo no transcurre,

sin recuerdos, sin esperas.

 

Waterhouse
 

Hoy tuve una revelación

Esta mañana, caminando descalza por la playa, tuve una revelación:
Las huellas que dejamos marcadas en la arena no se borran: el mar las recoge y se las lleva, las guarda en las profundidades, pues esas huellas son nuestros nombres, un rastro de alma humana por el que suspiran las sirenas...





Todas las fotos son de la costa de Málaga.

lunes, 24 de junio de 2013

Fotos: verano, playa, mar

Las playas desiertas comienzan a ser un lujo, y son las que más me atraen, claro.
Estas fotos que comparto las he sacado no hace muchos días, cuando podía ver una playa así, toda para mis ojos y mi disfrute personal...
El momento elegido era el atardecer, uno de mis preferidos.
Aquí están:












Nota: todas son de Málaga, costa este, barrio de El Palo.

domingo, 23 de junio de 2013

Noche de San Juan


«Dicen que la noche de San Juan, los umbrales que conectan otros mundos con este se abren por única vez en el año, y entonces cualquier cosa puede ocurrir.»

Úrsula había leído algo así en algún sitio, aunque como ya había cumplido los quince, sabía que eran cuentos de viejas.

Para ella esa noche sería la «gran noche»: por fin diría que sí a Joaquín y perdería su virginidad.

Se puso un escueto short, su camiseta preferida y unas gotas del perfume de su madre. Listo. Luego se dirigió andando hacia la playa donde se reuniría con su grupo de amigos del instituto.

Suponía que no tardarían en estar todos borrachos, entonces Joaquín y ella buscarían algún sitio apartado entre las dunas para pasarlo bien.

El plan comenzó a torcerse mientras encendían su propia hoguera: los varones del grupo se quedaron con la boca abierta al acercarse a ellos cinco chicas extranjeras, quizás alemanas, vestidas con falditas muy cortas y largas cabelleras rubias, y que a juicio de Úrsula parecían estar colocadas, por las risitas tontas que lanzaban sin parar.
Primero se sintió incómoda. Después su molestia fue en aumento al comprobar que su novio estaba borracho y aquella noche no ocurriría nada de lo planeado.

La mayoría del grupo se había metido en el agua, casi todos semidesnudos y haciendo tonterías. Úrsula se inquietó un poco, pero su atención se hallaba volcada en Joaquín y una de las rubias.

Si no hubiese estado tan enfadada, habría prestado atención a aquellos que se alejaban demasiado de la orilla. O al hecho de que poco a poco el resto de las hogueras iban quedando vacías.

Ella no había bebido mucho, aunque de repente se sintió muy cansada. Así que se recostó en la arena tibia para cerrar los ojos un rato.

La despertó el silencio. Se incorporó restregándose los ojos, y se dio cuenta de que se había quedado dormida.

¿Qué hora sería? Todavía era de noche, y los restos moribundos de la hoguera alumbraban lo suficiente a su alrededor para notar que sus amigos no estaban allí.

¿La habían dejado sola? Volvió a mirar, sin poder creérselo del todo.

¿Y Joaquín?

Se puso de pie para buscarlo, embargada por una extraña inquietud al comprobar que no había nadie. La playa estaba desierta, con varias hogueras encendidas aún.

¿Qué había ocurrido?

De pronto el viento trajo el sonido de risas provenientes de las dunas.

Se dirigió hacia allí despacio; un sexto sentido la hizo guardar silencio y moverse sin hacerse notar.

Eran las extranjeras. Estaban desnudas, sumergidas en el agua hasta la cintura, y Úrsula notó que a la luz de la luna sus cuerpos brillaban con un extraño resplandor. En aquel momento arrastraban a alguien que parecía resistirse, llevándolo mar adentro.

Espantada la joven reconoció el rostro pálido y desencajado de Joaquín.

Sin pensar en nada, corrió hacia ellos gritando y agitando los brazos.

Una de las jóvenes le salió al encuentro para retenerla mientras las demás se llevaban a su novio hasta desaparecer con él bajo las olas.

Mientras ella lloraba y suplicaba, el rostro de su captora comenzó a cambiar: sonrió mostrando pequeños dientes puntiagudos, y sus ojos se transformaron en los de un reptil. Úrsula notó que unas garras afiladas como cuchillos se clavaban en sus brazos y los desgarraban mientras tiraban de ella arrastrándola hacia el fondo, y poco antes de hundirse en la inconsciencia, notó que algo escamoso y frío la rozaba.

Al día siguiente los pescadores hallaron solo rescoldos y latas de cervezas vacías.

Algunos de ellos se santiguaron antes de llevar sus barcas al agua.

Sabían que había tumbas nuevas en el mar.

Piratas del Caribe


Piratas del Caribe

Grabado siglo XIX

D. Isidoro

Hoguera de San Juan

sábado, 22 de junio de 2013

La leyenda de los homicidas

Todo el mundo lo había escuchado en la radio: durante las cinco noches de luna llena aquel mes del año, en las vísperas de la Noche de San Juan, no había que acercarse a la costa.

La gente del pueblo era escrupulosamente obediente. A las ocho en punto de la tarde se encerraban en sus casas de piedra, y aunque el calendario señalaba que era verano, igualmente encendían las chimeneas con leños del año anterior.

Mientras los viejos se reunían alrededor de la lumbre, y los más jóvenes subían al desván a beber cerveza a escondidas, ella decidió romper las reglas sagradas.

Había soñado la noche anterior.
Eran pesadillas de difuntos.

Y sus sueños no mentían ni se equivocaban, como solían hacer las voces anónimas de la radio. Lo había comprobado varias veces en sus catorce años de vida.

Así que con las zapatillas en la mano, a hurtadillas salió de su casa por la puerta trasera.
Tuvo que hacer señas a su perro para que no ladrase. Él a cambio la siguió con la lengua afuera y las orejas erguidas.

Se alejaron rápidamente, moviéndose entre las sombras, escapando de los rayos blancos que la luna proyectaba sobre el pueblo, transformándolo en un paisaje ceniciento y fantasmal.

Se hallaban cerca de la playa: aún sin verla, escuchaba el sonido rítmico de las olas y podía sentir el olor a pescado fresco y salado del mar.

Dejó las zapatillas en la arena y se acercó a la orilla desierta. La marea había bajado muchísimo; tanto, que el mar parecía estar lejos de allí, como alguien que solo deja un rastro de conchillas y cantos rodados en su huida al interior del horizonte.

El perro de repente comenzó a gemir y a temblar.
La joven cerró los ojos para oír mejor el sonido del mar. Allí estaba: eran voces incorpóreas como las de su sueño.

Se acercó aún más, andando entre restos marinos. Abrió los ojos y se tapó la boca para no gritar.

Del fondo del mar comenzaron a surgir bultos oscuros que flotaban hacia la orilla, arrastrados por las olas. Éstas los depositaban en la arena tibia casi con ternura maternal.

Los reconoció enseguida: eran los tullidos del pueblo. Si en vida le daban pena, ver entonces sus despojos abandonados, desnudos y rotos, provocaba en ella una mezcla de horror y pesar.

Los jefes habían explicado la desaparición paulatina de «los incompletos» diciendo que los del norte los secuestraban para hacer joyas con sus huesos.

La verdad estaba ante sus ojos, y solo ella lo había descubierto. El pueblo debía enterarse. Lo gritaría muy alto desde la plaza principal.

Cuando se dio la vuelta para regresar, le extrañó no oír más al perro.
Varias sombras se acercaron con palas y bolsas de arpillera.
Eran sus vecinos, y los vecinos de sus vecinos. Habían acudido a enterrar los cadáveres que la luna y las olas devolvían cada víspera de San Juan.

Ella debía comprenderlo, decían. No había comida para todo el mundo. Además, los «incompletos» tampoco vivirían mucho tiempo más. Lo habían dicho los jefes.

Cuando creciera, se daría cuenta de que no había otra salida.

Los hoyos se llenaron de huesos, que crujían al ser golpeados unos contra otros.
La niña entonces pronunció una plegaria que solo escucharon la luna y el mar.

No tuvo que esperar mucho.
La tierra se abrió de repente con un rugido ensordecedor, y olas gigantescas arrasaron todo a su paso sin piedad.
El pueblo desapareció.
Los «incompletos» descansaron, por fin, en el fondo del mar.
Tormenta perfecta








 

jueves, 20 de junio de 2013

Trágica luna de miel

Lo vio de lejos, recortado contra el sol del mediodía. Era una alta figura esbelta que inclinaba la cabeza para escuchar con atención a su interlocutora, quien hablaba gesticulando con las manos.

Algo en él le atrajo. Qué tontería. Ni siquiera podía distinguir sus rasgos a contraluz. ¿Sería mayor? ¿De qué color eran sus ojos?

Se obligó a apartar la mirada y continuó su caminata por el paseo marítimo; una rutina de ejercicio diario a un ritmo ágil y concentrado a la vez.

Habían pasado veinte minutos cuando algo llamó su atención: un poco más adelante, en un desvío del paseo, entre las rocas que daban al mar, había dos personas que parecían estar en apuros.

Aceleró el paso hasta llegar a la altura de ellos. Se inclinó por la barandilla y vio a una mujer tendida sobre las piedras con los ojos abiertos y la cabeza en una posición antinatural. Inclinado sobre ella se encontraba un hombre que le resultó familiar. Cuando levantó la cabeza lo reconoció: era el mismo que había llamado su atención un rato antes. Tuvo la respuesta a sus preguntas: era joven y tenía ojos claros.

Ella llamó a urgencias, y luego comenzó a descender por las rocas resbaladizas con dificultad.

Había sido un accidente, su esposa se inclinó demasiado para sacar fotos y él no había podido hacer nada. Cuando llegó al sitio donde se hallaba ella, ya no respiraba.

Eran recién casados, y se hallaban allí en su luna de miel.

Los ojos del hombre estaban enrojecidos por el llanto que intentaba contener, y su voz temblaba de emoción al relatar lo ocurrido.

Comenzaron a oírse a lo lejos las sirenas de la ambulancia.

Ella quiso quedarse para hacerle compañía. Sentía el impulso irracional de abrazarlo y darle consuelo en aquel momento de dolor. Él por un instante le tomó la mano mientras expresaba su gratitud.

Nadie vio la silueta negra agazapada tras una roca, cerca del sitio de la caída.

Los paramédicos transportaron el cadáver en una camilla mientras la joven corredora trepaba tras ellos, seguida por el desconsolado viudo.

Nadie vio cómo este desviaba la mirada apenas unos segundos hacia una gran piedra, elevando las comisuras de su boca. Nadie notó la presencia escurridiza de una sombra que asomaba la cabeza lo justo para mostrar un par de ojos negros de pupilas dilatadas hasta lo imposible.

Nadie percibió el cambio en el aire, pero el sol comenzó a ocultarse tras nubes oscuras.

Mientras la ambulancia se alejaba del lugar, la joven recordó algo: aquel sitio era conocido como «la morada del diablo.»

Había oído historias sobre una entrada al infierno escondida entre las rocas, que ningún mortal había logrado descubrir. Decían que al contrario de lo que todo el mundo creía, el hogar del Demonio era frío.

Se estremeció: de repente, el ambiente se había vuelto gélido.

Qué extraño. Estaban en agosto.

 

 
La pasión de Cristo

Pactar con el Diablo

El Rito

El exorcista. El comienzo.
 

Fotos: mar, playa, primavera.

Comparto algunas fotos que saqué estos días tan hermosos en la costa este de la ciudad de Málaga, donde desde hace poco he plantado mi «tienda de campaña»: