lunes, 17 de junio de 2013

Un hombre, una foto y una visita.

Nadie toma en serio algunas advertencias. ¿Por qué será? En fin, no es cosa mía hallar la respuesta a esa pregunta. A ninguna, en realidad.

El hombre en cuestión estaba bebiendo, apoyado pesadamente contra la barra pegajosa del bar, en silencio, donde se oía de fondo la retransmisión de un partido de fútbol y algún que otro murmullo a su derecha, proveniente de una pareja instalada al fondo de la estancia.

Pensaba en su mujer y en el trabajo que acababa de perder.

No había sido una sorpresa: el capataz le había llamado varias veces la atención por llegar tarde, por perder las herramientas, por escaquearse en los descansos y no aparecer el resto de la jornada. En fin, que para todo el mundo aquello era merecido. Él se lo había buscado, decían.

Sin embargo, el hombre en su interior se justificaba y exoneraba de toda culpa. Estaba harto; lo habían tratado como a un esclavo, y un largo etcétera.

Su corpachón estaba reclinado casi por completo hacia delante cuando el camarero de turno le dijo que iban a cerrar.

Yo me encontraba a varios metros de allí, coqueteando con uno que se había instalado a dormir bajo la escalera de incendios, pero el asunto no iba a llegar a nada. Su corazón se negaba a aceptarme. En fin.

Cuando daba la media vuelta en busca de otro cliente más receptivo, lo vi saliendo del bar, tambaleante y con el rostro congestionado por el alcohol.

Me detuve y aspiré su olor desde donde yo me hallaba escondida. Sí, recordé que ya le había mandado un mensaje meses atrás, pero sin resultado. Ah, sí.

«Eres mío.» Pensé.

Me acerqué sonriente y le hice un guiño desde las sombras. Él miraba al frente parpadeando confuso, restregándose los ojos, hasta que pudo enfocarlos en mí.

Comenzó a jadear y sudar al tiempo que se apoyaba en la pared, y yo simplemente esperé. En mi oficio es muy importante ser paciente, perceptiva y oportuna. Sin forzar los acontecimientos. Éstos, tarde o temprano, llegan solos.

El individuo se estaba doblando en dos de dolor.

Un gato callejero que hurgaba entre la basura interrumpió su búsqueda y salió disparado hacia arriba por la escalera de incendios. Astuto gatito. No era cuestión de gastar una de sus siete vidas por un despiste.

Cuando comenzaron los estertores, preparé la soga y los nudos. Éste era un alma gorda y pesada; daría un poco de trabajo el descenso.

La necedad es algo muy serio entre los humanos; ellos no lo saben, y eso forma parte de su estupidez.

Mi advertencia anterior había sido inútil: la foto que había comenzado a quemarse mientras él cerraba un negocio turbio con alguien.
Se había limitado a tirar las cenizas sin más.

Todo el mundo sabe que una foto quemada es un preludio de mi visita.

Un charco de agua sucia reflejó por un instante la visión antes de alejarme de allí con el botín recién conseguido: mi rostro de huesos amarillos envuelto en velos grises y negros.
 
Juegos de muerte

Vampyr

El séptimo sello
 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario