miércoles, 26 de junio de 2013

El precio de una pasión

La joven mujer se recogió en dos trenzas apretadas su largo cabello y encendió las velas del candelero. Al instante la estancia se iluminó con aquella luz sutil.
Se sentó frente a las hojas en blanco, introdujo la pluma en el tintero y la mojó con un movimiento mecánico, como quien lo ha hecho millones de veces.

Escribió sin parar hasta altas horas de la madrugada. Para ella era el mejor momento: todos dormían, la casa se hallaba en silencio y solo se oía el rascar de la pluma contra el papel.
Las historias surgían con fluidez y hasta atropelladamente, a veces.
Nadie podía imaginar lo que se escondía tras un semblante sereno, casi apático, de joven noble casadera. Era su secreto mejor guardado. Mejor dicho, uno de ellos.

El otro había surgido en un momento de desesperada angustia, pero no podía dar marcha atrás el reloj y borrar lo hecho.
Un pacto con el diablo. Al recordarlo, se estremeció. Lo hizo con ayuda de una bruja a la que habían quemado poco tiempo después.

Desde entonces le costaba conciliar el sueño. A veces incluso creía haber visto a alguien siguiéndola por las callejuelas cuando iba de camino a la iglesia.
Por un momento dejó la pluma suspendida sobre la página y cerró los ojos.

Sus historias serían contadas e interpretadas en todas las ciudades, por todo el mundo. Cruzarían los océanos y los desiertos, llegarían hasta los hogares de los pobres y a las mansiones de los ricos.
El tiempo no conseguiría borrarlas de la memoria; sobrevivirían a las guerras, los imperios y las conquistas. Sobrevivirían a su propia muerte.

El precio era su identidad. Nadie jamás sabría su verdadero nombre.

Cuando las campanadas de la iglesia dieron las cinco de maitines, terminó el relato y lo firmó con un garabato lo suficientemente legible para aquellos que lo leerían al día siguiente:
«Shakespeare.»



Todas las imágenes pertenecen a la película «Shakespeare in love.»



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