miércoles, 12 de junio de 2013

Relato: El anzuelo

Acababa de mudarse. Aún había cajas sin abrir en el minúsculo recibidor.
Era un apartamento pequeño pero cómodo, en la tercera planta de un barrio céntrico.
Las únicas «pegas» que tenía era la falta de ascensor y en su caso, que no había aire acondicionado en la vivienda.

Hacía calor. Una noche típica de agosto, envuelta en el verano ya maduro, con sus humedades y sus estrellas lánguidas.
Ella estaba contenta con el cambio. Por fin tenía su propio espacio, por fin lejos del control claustrofóbico de su familia, por fin no necesitaba dar explicaciones a nadie sobre sus decisiones, aún las más cotidianas y corrientes.
Por fin.

Para festejarlo, iba a estrenar el horno con una pizza casera. Estaba hambrienta.
Abrió las puertas correderas del minúsculo balcón que daba a la calle, y tras echar un vistazo, también dejó la puerta de entrada del piso apenas entornada para que corriese un poco de aire.
«Solo un ratito» pensó.

Preparó la pizza y se dispuso a comerla mirando la tele, o mejor dicho, haciendo zapping.
A las once y media se metió en la cama. Al día siguiente tenía clases.

En plena madrugada algo la despertó.
Abrió los ojos y prestó atención.
¿El sonido vendría de la calle? No. Había sonado dentro.
Esperó.
Ahí estaba otra vez. Cerró los ojos y se hizo la dormida.
Notó un cambio en el aire: sea lo que fuere, estaba allí, junto a su cama.

Por la mañana el paisaje había cambiado.
Policías, flashes de cámaras, cinta delimitando el perímetro, un furgón y una camilla a punto de ocuparse.
El inspector de turno contemplaba el cuerpo bocabajo junto a la cama.
Yacía sobre un charco de sangre.
No había tenido ninguna posibilidad.

A pocos metros, en la cocina abarrotada de gente, una joven en pijama bebía de una taza mientras alguien le tomaba declaración.
Ella con voz pausada volvía a contar lo ocurrido.
No solía comentarlo, pero sabía bastante sobre defensa personal.
Fue atacada mientras dormía.
Se resistió con todas sus fuerzas, arrebatando el cuchillo a su agresor.

Más tarde la trasladaron a un hotel. A solas meneó la cabeza y se estremeció un poco.
Era cierto lo que habían comentado sobre el asaltante de aquel barrio.

«Qué sensación tan estupenda» pensó, recordando el cuchillo hundiéndose en la carne.
Tendría que volver a mudarse. En ese barrio ya los peces no volverían a picar.














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