domingo, 23 de junio de 2013

Noche de San Juan


«Dicen que la noche de San Juan, los umbrales que conectan otros mundos con este se abren por única vez en el año, y entonces cualquier cosa puede ocurrir.»

Úrsula había leído algo así en algún sitio, aunque como ya había cumplido los quince, sabía que eran cuentos de viejas.

Para ella esa noche sería la «gran noche»: por fin diría que sí a Joaquín y perdería su virginidad.

Se puso un escueto short, su camiseta preferida y unas gotas del perfume de su madre. Listo. Luego se dirigió andando hacia la playa donde se reuniría con su grupo de amigos del instituto.

Suponía que no tardarían en estar todos borrachos, entonces Joaquín y ella buscarían algún sitio apartado entre las dunas para pasarlo bien.

El plan comenzó a torcerse mientras encendían su propia hoguera: los varones del grupo se quedaron con la boca abierta al acercarse a ellos cinco chicas extranjeras, quizás alemanas, vestidas con falditas muy cortas y largas cabelleras rubias, y que a juicio de Úrsula parecían estar colocadas, por las risitas tontas que lanzaban sin parar.
Primero se sintió incómoda. Después su molestia fue en aumento al comprobar que su novio estaba borracho y aquella noche no ocurriría nada de lo planeado.

La mayoría del grupo se había metido en el agua, casi todos semidesnudos y haciendo tonterías. Úrsula se inquietó un poco, pero su atención se hallaba volcada en Joaquín y una de las rubias.

Si no hubiese estado tan enfadada, habría prestado atención a aquellos que se alejaban demasiado de la orilla. O al hecho de que poco a poco el resto de las hogueras iban quedando vacías.

Ella no había bebido mucho, aunque de repente se sintió muy cansada. Así que se recostó en la arena tibia para cerrar los ojos un rato.

La despertó el silencio. Se incorporó restregándose los ojos, y se dio cuenta de que se había quedado dormida.

¿Qué hora sería? Todavía era de noche, y los restos moribundos de la hoguera alumbraban lo suficiente a su alrededor para notar que sus amigos no estaban allí.

¿La habían dejado sola? Volvió a mirar, sin poder creérselo del todo.

¿Y Joaquín?

Se puso de pie para buscarlo, embargada por una extraña inquietud al comprobar que no había nadie. La playa estaba desierta, con varias hogueras encendidas aún.

¿Qué había ocurrido?

De pronto el viento trajo el sonido de risas provenientes de las dunas.

Se dirigió hacia allí despacio; un sexto sentido la hizo guardar silencio y moverse sin hacerse notar.

Eran las extranjeras. Estaban desnudas, sumergidas en el agua hasta la cintura, y Úrsula notó que a la luz de la luna sus cuerpos brillaban con un extraño resplandor. En aquel momento arrastraban a alguien que parecía resistirse, llevándolo mar adentro.

Espantada la joven reconoció el rostro pálido y desencajado de Joaquín.

Sin pensar en nada, corrió hacia ellos gritando y agitando los brazos.

Una de las jóvenes le salió al encuentro para retenerla mientras las demás se llevaban a su novio hasta desaparecer con él bajo las olas.

Mientras ella lloraba y suplicaba, el rostro de su captora comenzó a cambiar: sonrió mostrando pequeños dientes puntiagudos, y sus ojos se transformaron en los de un reptil. Úrsula notó que unas garras afiladas como cuchillos se clavaban en sus brazos y los desgarraban mientras tiraban de ella arrastrándola hacia el fondo, y poco antes de hundirse en la inconsciencia, notó que algo escamoso y frío la rozaba.

Al día siguiente los pescadores hallaron solo rescoldos y latas de cervezas vacías.

Algunos de ellos se santiguaron antes de llevar sus barcas al agua.

Sabían que había tumbas nuevas en el mar.

Piratas del Caribe


Piratas del Caribe

Grabado siglo XIX

D. Isidoro

Hoguera de San Juan

2 comentarios:

  1. Muy bueno, Fabiana. Me encantó el manejo del suspenso durante toda la trama, genial.
    ¡Saludos!

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Juan Esteban,
      ¡un abrazo!

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