La mañana era espléndida. Ideal para pasar el rato tumbado
al sol, mientras los niños chapoteaban en la orilla con sus baldes y sus
palitas de plástico verde, preparando tortitas de arena o un castillo con sus
cuatro torres… Es lo que estaba haciendo la pequeña Katy, de cinco años recién
cumplidos, con absoluta concentración. Su balde rebosaba de arena mientras ella
continuaba llenándolo con leves “plof-plof” cada vez que la palita volcaba su
contenido, y mientras tanto el agujero que cavaba se hacía más profundo a sus
pies.
- ¡Katy nos vamos! ¡Es
hora de comer! ¡Recoge tus cosas!
A lo lejos oía los gritos de un grupo de niños jugando al
fútbol. Un poco más cerca, una pareja de mediana edad se alejaba conversando.
- ¡Katy por favor! ¡Se nos hace tarde, papá estará
esperándonos!
Mientras la volvía a llamar, enrolló una de las toallas y
comenzó a acercarse donde la niña se había instalado para jugar. Medio
deslumbrada por el sol, vio una pequeña sombra con un balde y dijo:
- ¡Por fin! ¡Vamos!
Cuando estuvo más cerca, se dio cuenta de que se trataba de
un niño. ¿Dónde estaba Katy? Su fastidio se convirtió en preocupación cuando
descubrió el balde y la palita de la niña abandonados en la arena, junto a un
castillo a medio terminar.
Gritó:
- ¡Katy! ¡Katy!
Ya con el corazón retumbándole en los oídos, sus piernas
temblorosas comenzaron a correr hacia el punto de socorro. Sin saberlo estaba
llorando.
Entonces, como un flash, recordó las noticias.
“Dos niñas desaparecen en un lapso de veinte días… La policía
pide la colaboración de los ciudadanos… Secuestradas… Las familias están
destrozadas…”
El cuerpecillo de Katy se mecía suavemente en el asiento de
atrás del coche que rápidamente se alejaba de la playa.
El cielo, de repente, se llenó de nubes de tormenta.
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