lunes, 8 de julio de 2013

Sentencia de muerte

«Hombre muerto caminando». «Hombre muerto caminando».

La frase resonaba una y otra vez en tanto el hombre, franqueado a ambos lados por dos seres sin rostro, recorría un pasillo aséptico pintado de gris, hacia su destino final.

Luego lo desnudaron, y lo metieron en una ducha – ¿para qué?– que azotó sin piedad su cuerpo por última vez.

Lo vistieron, y la tela áspera y gruesa le reconfortó.

El ambiente estaba invadido por un fuerte olor a lejía. Eso le traía malos recuerdos: su madre enferma y un invierno crudo y largo; interminable.

Oía voces a su alrededor, pero no hablaban con él. Siempre ocurría esto: cuando alguien lo ignoraba, su mente se llenaba de dudas. Pensaba: ¿existía acaso, o era solo un sueño de sí mismo?

«Hombre muerto caminando.»

Vio la camilla de metal. Faltaba poco ya. Lo hicieron recostar allí.

A continuación sintió las ataduras en sus manos y en sus pies. Cerró los ojos: la luz del fluorescente lo cegaba.

Frío; mucho frío.

Un pinchazo. Ardor. ¿Era el final? ¿Vería una luz, cruzaría el famoso túnel?

¿Su madre estaría esperándolo? Después de tanto tiempo… «Mamá».

Pasó una eternidad; o solo un instante.

Algo andaba mal. Le dolía: ¡cómo dolía aquello!

De repente una voz del exterior – ¿Dios?– que en aquel momento decía:

« –La cirugía ha ido muy bien, señor López. Hemos conseguido extirpar el tumor.»

 

 

 

 

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