lunes, 29 de julio de 2013

Buenos vecinos



Paquito era el «niño grande» del edificio. Consentido y mimado por todos, estaba acostumbrado a los regalos y a las palabras amables. Su madre le llamaba «mi niño especial», porque lo era: tenía el desarrollo mental de alguien de seis años en el cuerpo de un hombre adulto.

Quienes lo veían por primera vez se asustaban un poco: medía casi dos metros y pesaba más de cien kilos. La nota discordante era su voz: suave y aguda, como si las cuerdas vocales también se hubiesen detenido a temprana edad, al igual que su mente.

Paquito, inconsciente de todo esto, era feliz con su madre, sus hermanos mayores que lo visitaban de vez en cuando, y el cariño de los vecinos.

Hasta la llegada de la nueva inquilina: la joven que alquiló el octavo C.

Paquito comenzó a escuchar las quejas y los comentarios a su alrededor en torno a la recién llegada: que ponía la música muy alta, que hacía ruido hasta las tantas de la madrugada, que tiraba las colillas encendidas y ¡hasta la basura! a la terraza de los vecinos de abajo...

La lista de cosas malas y feas que hacía la nueva vecina iba creciendo todos los días, y según su madre, ni siquiera la policía podía ayudarlos.

La mujer que más amaba en el mundo estaba nerviosa y triste; sus amigos, los vecinos de toda la vida, también.

Un par de veces la vecina «mala» se cruzó con ellos en el ascensor, con actitud desafiante y una sonrisa de suficiencia en los labios. No devolvió el saludo; eso a Paquito le molestó.

Pronto sería su cumpleaños. Él ya sabía lo que iba a pedir al duende de los deseos.

Nadie más que el duende podía hacer lo que todos ellos querían y no podían en realidad.

Y así fue. Aquella misma noche la vecina del octavo C no regresó a su casa.

Tras varios días su familia hizo la denuncia.

Paquito escuchaba los comentarios de su madre y de los vecinos: aquello era un asunto de drogas; la vecina frecuentaba malas compañías y se había ido de allí sin pagar el alquiler...

En el fondo todos sentían un gran alivio.

Cuando Paquito sopló las velas de la tarta, en su interior dio las gracias al duende de los deseos.

Era un secreto entre ambos, que nadie más debía conocer: la vecina mala dormía para siempre escondida en el viejo refrigerador del sótano.

Había sido idea del duende.

Paquito sonrió: ¡cumpleaños feliz!
 

 
Nota: las imágenes son de las películas Resident y The village

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