martes, 4 de febrero de 2014

No abras la puerta


«¡Abre la puerta, Tina, abre la puerta!»
La joven veinteañera se incorporó en la cama y pestañeó varias veces en medio de la oscuridad. ¿Había estado soñando con su madre? Ella era la única persona que la llamaba así cuando era pequeña, antes de fallecer en un accidente de coche, hacía mucho tiempo ya.
Martina –así se llamaba la joven– encendió la lámpara de la mesilla de noche, para ver la hora que marcaba el reloj: las dos de la mañana. Al día siguiente debía madrugar para acudir al trabajo, de modo que volvió a apoyar la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos. Al poco tiempo escuchó otra vez:
–¡Abre la puerta, Tina! –La voz era un susurro insistente que provenía del otro lado de la puerta cerrada de su habitación.
«¿Acaso estoy soñando ahora?» supuso, con una sensación de inquietud: algo en su interior le decía que no hiciera caso, que no abriera la puerta. Permaneció inmóvil, tendida de lado en la cama, con los ojos clavados en la sombra gris que era la puerta.
–¡Abre, Tina, abre! –Volvió a escuchar.
Sintió una mezcla de angustia y temor. Sabía que si alguien quisiera entrar, no tenía más que coger el pomo y moverlo, porque ella nunca cerraba con llave aquella puerta. ¿Quién estaba al otro lado? ¿Acaso sería su hermano pequeño, que se había levantado dormido? No parecía su voz; y él jamás la llamaba «Tina».
«Estoy soñando, estoy soñando» se repetía, apretujándose bajo las mantas.
–¡Abre la puerta, Tina, ábrela ya!
Su temor se transformó en enfado: ¡estaba harta! Si era su hermano haciéndose el gracioso, le iba a dar un par de collejas bien merecidas; y si estaba soñando, esperaba despertar. Se incorporó y bajó de la cama descalza.
–¡Vamos Tina! ¿Qué esperas? ¡Abre la puerta!
La joven llegó a la susodicha puerta y apoyó la mano sobre el pomo de metal. Vaciló solo un segundo; por fin la abrió y asomó la cabeza: el pasillo estaba oscuro, pero pudo confirmar que allí no había nadie.
Se dio la vuelta con alivio para volver a la cama, cuando sintió que desde atrás alguien la cogía del cuello al tiempo que decía:
–¿No te han enseñado que nunca debes abrir la puerta si no sabes quién está al otro lado?
Después la tumbaron sobre el colchón, y presa del terror, sintió un pinchazo en el cuello.
«¡Estoy soñando, estoy soñando!» se decía. Sin embargo, el peso encima de su cuerpo parecía muy real; al igual que lo que le estaban haciendo en la garganta.
Al poco tiempo, todo terminó. La larga sombra que se cernía sobre la joven, se incorporó y contempló un instante los despojos que yacían entre las sábanas revueltas.
Un susurro final rompió el silencio:
«–La confianza endulzó tu sangre; el miedo la hizo espesa: mejor para mí.»

Una ráfaga de viento abrió la ventana de la habitación, y el depredador nocturno se desvaneció por fin en la oscuridad.



Nota: las imágenes pertenecen a las siguientes películas: "Trust", "El resplandor", y "The Salem´s Lot".

4 comentarios:

  1. Espeluznante y bien terrorífico. Con un gran manejo del suspenso.
    Me gustó mucho, Fabiana.
    ¡Saludos!

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    1. Muchas gracias Juan, me alegro de que te guste mi pequeña historia,
      un abrazo.

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  2. Me gustó mucho, realmente muy aterrador. Saludos

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    1. Muchísimas gracias Graciela, este relato está inspirado en un incidente ocurrido hace poco en el edificio donde vivo (con final feliz por suerte...) ¡Un abrazo!

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