Por
tercera vez aquel día, oyó chillar al perro del vecino. Era un grito de dolor;
estaba segura de que habían vuelto a castigar al animal.
Durante
un momento se detuvo en sus quehaceres y con las palmas de las manos se cubrió
el estómago: aquellos chillidos le provocaban un ardor difícil de ignorar.
Sabía
que no debía inmiscuirse. Hacía poco tiempo que se había mudado a aquel
destartalado edificio de apartamentos, y se había prometido a sí misma no
establecer ningún tipo de vínculo con nadie.
«Es
una cuestión de supervivencia», se decía. De modo que las discusiones y los
enfrentamientos con vecinos que maltrataban a su perro, quedaban descartados
por completo.
Sin
embargo, el ardor en su estómago no desaparecía pese a las buenas razones. Y
aquello no pintaba bien.
«Debes
detenerlo» se repetía a sí misma como un mantra, al tiempo que con las manos
daba masajes en su dolorido vientre desnudo, frente al espejo del cuarto de
baño. Cerraba los ojos para concentrarse en el foco de la molestia, y sabía que
esta no remitiría ni con masajes ni con órdenes mentales.
«¡Kali,
ayúdame! ¡Ayúdame!»
A
medida que transcurrieron las horas, su estado empeoró. Ya no conseguía
enderezarse; doblada sobre el estómago, que ahora ardía como un tizón al rojo
vivo, con la mente aturdida permitió que su instinto guiara los movimientos de
su cuerpo: abrió un cajón, sacó la tijera de plata y la envolvió con un pañuelo
rojo. Después, como una autómata, se dirigió al dormitorio donde estaba erigido
el altar; tras varios intentos fallidos logró encender una cerilla y la posó
sobre el pabilo de las seis velas negras.
La
estancia se llenó de inmediato de un aroma peculiar: una mezcla de especias
picantes y azufre. Después se desnudó frente a la imagen bañada en oro de la
diosa, que con ojos ciegos recibía el tributo de su sierva, quien cogió la
tijera mientras murmuraba un cántico ininteligible, y a continuación hizo
brotar sangre de su carne desgarrada, al tiempo que entraba en una especie de
trance frenético, entre sacudidas y alaridos.
Poco
antes de las dos de la madrugada, todo había terminado.
La
mujer se incorporó con una mueca de dolor que desapareció al comprobar que el
ardor de estómago había remitido por completo. Se dirigió al cuarto de baño
para desinfectar las heridas superficiales que se había hecho en ambos brazos.
Aquello era un precio bajo a pagar, para obtener a cambio el alivio y dar
libertad a un miembro de la manada.
Esperó
hasta media mañana para acercarse al apartamento del vecino; cuando llegó a la
puerta la abrió con facilidad (allí nadie ponía cerrojos porque no tenían nada
que valiera la pena robar). En silencio atravesó el minúsculo recibidor, hasta
que escuchó un gemido quedo que se transformó en un ladrido.
El
perro estaba atado a una pata de la mesa, y era flaco y feo, con ojos
famélicos. Movía el rabo como loco mientras veía cómo la mujer se acercaba a él.
Ella
se inclinó al tiempo que le hablaba con inusitada ternura, y de inmediato
desató la correa y lo cogió en brazos.
Apretando
contra su pecho el cuerpecillo tembloroso, antes de marcharse, echó una mirada
hacia el dormitorio principal: sabía lo que había allí. Sobre en la cama, boca
arriba y con los brazos extendidos como en una parodia de la crucifixión, yacía
el propietario del perro.
Todo
su cuerpo estaba gris; los ojos casi salidos de sus órbitas y la boca abierta
en un grito silencioso.
La
diosa Kali había dado respuesta a su plegaria. La mujer sabía que no debía
abusar de su benevolencia; por ese motivo solo convivía con trece perros y
otros tantos gatos rescatados del mismo modo. Hubiera podido tener muchos más,
pero debía respetar la voluntad de la diosa.
Se
dio la vuelta mientras el perro llenaba su cara de lametones húmedos.
Tendría
que volver a mudarse; eso sí que era un fastidio. Se encogió de hombros y
abandonó aquel sitio. Como buena creyente, rezó al partir:
«Gracias,
poderosa Kali. ¡Gracias!»
Nota: las imágenes pertenecen a las películas "The posession" y "Tears of Kali".
¡Muy bueno!
ResponderEliminarPodría dar, sin problemas, para una novela corta; ¿te lo has planteado?
¡Sigue así, compañera!
Nos leemos...
¡Muchas gracias Israel! Y gracias por la sugerencia, no, no me había planteado lo de una novela corta, tienes mucha razón, te agradezco los ánimos y tus visitas a mi rincón de historias...
EliminarUn abrazo.