«¡Abre
la puerta, Tina, abre la puerta!»
La
joven veinteañera se incorporó en la cama y pestañeó varias veces en medio de
la oscuridad. ¿Había estado soñando con su madre? Ella era la única persona que
la llamaba así cuando era pequeña, antes de fallecer en un accidente de coche,
hacía mucho tiempo ya.
Martina
–así se llamaba la joven– encendió la lámpara de la mesilla de noche, para ver
la hora que marcaba el reloj: las dos de la mañana. Al día siguiente debía
madrugar para acudir al trabajo, de modo que volvió a apoyar la cabeza sobre la
almohada y cerró los ojos. Al poco tiempo escuchó otra vez:
–¡Abre
la puerta, Tina! –La voz era un susurro insistente que provenía del otro lado
de la puerta cerrada de su habitación.
«¿Acaso
estoy soñando ahora?» supuso, con una sensación de inquietud: algo en su
interior le decía que no hiciera caso, que no abriera la puerta. Permaneció
inmóvil, tendida de lado en la cama, con los ojos clavados en la sombra gris
que era la puerta.
–¡Abre,
Tina, abre! –Volvió a escuchar.
Sintió
una mezcla de angustia y temor. Sabía que si alguien quisiera entrar, no tenía
más que coger el pomo y moverlo, porque ella nunca cerraba con llave aquella
puerta. ¿Quién estaba al otro lado? ¿Acaso sería su hermano pequeño, que se
había levantado dormido? No parecía su voz; y él jamás la llamaba «Tina».
«Estoy
soñando, estoy soñando» se repetía, apretujándose bajo las mantas.
–¡Abre
la puerta, Tina, ábrela ya!
Su
temor se transformó en enfado: ¡estaba harta! Si era su hermano haciéndose el
gracioso, le iba a dar un par de collejas bien merecidas; y si estaba soñando,
esperaba despertar. Se incorporó y bajó de la cama descalza.
–¡Vamos
Tina! ¿Qué esperas? ¡Abre la puerta!
La
joven llegó a la susodicha puerta y apoyó la mano sobre el pomo de metal. Vaciló
solo un segundo; por fin la abrió y asomó la cabeza: el pasillo estaba oscuro,
pero pudo confirmar que allí no había nadie.
Se
dio la vuelta con alivio para volver a la cama, cuando sintió que desde atrás
alguien la cogía del cuello al tiempo que decía:
–¿No
te han enseñado que nunca debes abrir la puerta si no sabes quién está al otro
lado?
Después
la tumbaron sobre el colchón, y presa del terror, sintió un pinchazo en el
cuello.
«¡Estoy
soñando, estoy soñando!» se decía. Sin embargo, el peso encima de su cuerpo
parecía muy real; al igual que lo que le estaban haciendo en la garganta.
Al
poco tiempo, todo terminó. La larga sombra que se cernía sobre la joven, se
incorporó y contempló un instante los despojos que yacían entre las sábanas
revueltas.
Un
susurro final rompió el silencio:
«–La
confianza endulzó tu sangre; el miedo la hizo espesa: mejor para mí.»
Una
ráfaga de viento abrió la ventana de la habitación, y el depredador nocturno se
desvaneció por fin en la oscuridad.
Nota: las imágenes pertenecen a las siguientes películas: "Trust", "El resplandor", y "The Salem´s Lot".
Espeluznante y bien terrorífico. Con un gran manejo del suspenso.
ResponderEliminarMe gustó mucho, Fabiana.
¡Saludos!
Muchas gracias Juan, me alegro de que te guste mi pequeña historia,
Eliminarun abrazo.
Me gustó mucho, realmente muy aterrador. Saludos
ResponderEliminarMuchísimas gracias Graciela, este relato está inspirado en un incidente ocurrido hace poco en el edificio donde vivo (con final feliz por suerte...) ¡Un abrazo!
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