(Aclaración de la autora: Esta conversación la escuché una noche de luna llena, cuando buscaba inspiración en el cielo nocturno...)
–¿Eres
tú, abuelita? Te noto un poco rara.
–¡Ay
mi niña, estoy fatal! Desde hace una semana no levanto cabeza con el
constipado.
–¡No
te preocupes, abuelita! Te he traído jarabe para la tos, y un trozo de pastel
de manzana.
–Mm,
desde aquí no puedo verlo bien. Ven: acércate más, ¡no seas tímida! Aquí, junto
a la cama; mira, te he dejado un sitio.
–No
puedo, abuelita. Mamá no permite que me acerque a los enfermos. ¡Podría
contagiarme!
–¡Bobadas,
niña, bobadas! A estas alturas es imposible que te pegue el constipado.
–Está
bien. Dejaré la canasta sobre la mesilla de noche, y si quieres comerte ahora
el pastel, te lo llevaré en una bandeja de plata.
–¡No!
Quiero decir: olvídate de la bandeja de plata. Tráemelo con una servilleta de
papel. No temo ensuciarme las manos.
–Aquí
tienes entonces. Abuelita: ¿estás segura de que lo tuyo es solo un constipado?
Abultas mucho en la cama.
–Mi
querida niña, la hinchazón se debe a que no he podido levantarme hasta ahora.
Como tú estás aquí, me ayudarás a incorporarme y a dar algunos pasos por la
habitación, ¿qué te parece?
–No
sé si podré hacerlo. Creo que pesas demasiado: ¿y si te caes? No podría
levantarte, abuelita.
–¡No
me caeré: lo prometo! Ahora, ven y deja que me apoye en tu hombro.
–Está
bien. No dirás después que no te he hecho la advertencia, querida abuelita.
–Deja
que me sostenga en ti... ¿Qué es esto, niña? De repente has doblado tu
estatura. Veo pupilas rojas en tus ojos. ¡Tus dientes son largos y tus orejas
asoman por debajo de la capucha! ¡Tú no eres mi amada nieta!
–Abuelita,
abuelita, la fiebre te hace delirar. Soy yo: siempre he sido yo. Es Halloween,
¿recuerdas? Olvida tus pesadillas con humanos... Los hemos cazado a todos: los atrapamos
y los aniquilamos sin compasión. Hemos devorado su carne; y nos disfrazamos con sus pieles y sus ropas. Sin
embargo, esta cueva es nuestro hogar, y ambas somos parte de la manada. ¡Mira:
esta noche hay luna llena, abuelita!
–Ah,
tienes razón. Salgamos a honrar la luna con nuestros aullidos, pequeña. Date
prisa; pronto el amanecer ahuyentará las últimas sombras, y desapareceremos sin
remedio, como el sueño de los niños cuando despiertan en brazos de sus madres.
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