La
mujer tuvo la horrible sensación de caer por un precipicio, con el cuerpo suspendido
en el aire. No tenía dónde asirse; a toda velocidad caía sin remedio.
Emitió
una exclamación y su propio sonido la despertó. Abrió los ojos y al principio
no vio nada; calculó que serían las tres o las cuatro de la madrugada.
Se
dio la vuelta hacia la mesilla de noche a su izquierda, y miró las agujas fosforescentes
del reloj: señalaban las tres menos cuarto.
Entonces
oyó algo; alzó la cabeza y prestó atención.
Parecía
provenir del pasillo que comunicaba con el comedor. Imposible que hubiera
alguien: esa noche estaba sola en casa.
Se
levantó pensando que quizás sería un ruido de la calle, pero quería
identificarlo para estar más tranquila.
No
encendió ninguna lámpara: se sentía cómoda al moverse en la oscuridad. Además
tampoco hacía falta, porque la luz de afuera penetraba a través de los
visillos, dibujando los contornos familiares de los muebles.
«Luna
llena» pensó distraída.
Volvió
a repetirse el sonido, esta vez en la cocina. Cuando llegó allí, no vio nada
fuera de su sitio.
Aprovechó
la ocasión para beber agua; hacía calor y ella siempre tenía sed durante la
noche.
Regresó
al dormitorio y se acostó. Casi de inmediato se quedó dormida.
Al
rato la despertó algo aterrador: la sensación de que había alguien junto a su
cama, mirándola.
No
se atrevía a abrir los ojos. Permanecía inmóvil, con miedo hasta de mover el
pecho para respirar.
Estaba
segura de que había un intruso allí mismo, en su habitación, a pocos centímetros
de distancia. Hasta podía percibir el olor que emanaba de él: una mezcla de
tierra mojada y sudor. No estaba soñando.
En
aquella posición, boca arriba y con los ojos cerrados, sentía crecer su temor. «Dios
mío, ¿qué voy a hacer?»
Sin
pensarlo más, levantó los párpados de repente: nada.
¿Nada?
Recorrió con la vista a su alrededor: la ventana, las sillas, la puerta del
armario.
¿Entonces
era un sueño? Mejor dicho, una pesadilla.
Respiró
hondo y sintió que sus músculos se aflojaban por el alivio.
Había
comido demasiado en la cena. No cometería el mismo error: odiaba tener
pesadillas.
Medio
temblorosa todavía, se incorporó y apoyó los pies descalzos en el suelo;
necesitaba ir al baño.
Al
instante sintió que algo la cogía por los tobillos y tiraba hacia abajo. Quiso
desasirse a la vez que gritaba y daba manotazos en el aire; tropezó y cayó de
bruces sobre la moqueta, creyendo todavía que aquel sueño no había terminado, y
era espantoso porque lo sentía muy real.
De
hecho el dolor, la fricción de su cuerpo contra el suelo, las dos manos
desconocidas que como garras aprisionaban sus piernas y jalaban de ella hacia
atrás; los jadeos y gruñidos que se mezclaban con sus propios sollozos: todo
era demasiado real.
¡Quería
despertar! ¡Por favor que alguien la despierte!
El
horror fue mayor cuando notó que lenta e inexorablemente iba siendo atraída por
aquello que se escondía bajo su propia cama.
«Esto
no es real» insistió.
Gritó
y suplicó una vez más.
Despertó
desnuda y magullada dentro de la bañera, en medio de la noche.
«Qué
pesadilla más espantosa» pensó.
Con
dificultad se incorporó para volver a acostarse. Antes encendió la lámpara y
sintiéndose un poco tonta se puso de cuclillas y miró bajo la cama.
Después,
mientras se acomodaba para dormir, algo llamó su atención.
En
los tobillos tenía la marca de cinco dedos.
Acababa
de cruzar otro umbral en su pesadilla.
Dios Fabi me has dejado sin respiración y lo digo de veras....a ver que tal duermo esta noche ufffff
ResponderEliminarJajajajaaa!!! Lo que pasa es que aquí me he inspirado en mis propias pesadillas, y te puedo asegurar que no exagero... Me alegro de que la historia haya logrado su objetivo de provocar "algo", y a cambio te deseo un buen sueño reparador y tranquilo, jajaja!
EliminarUn beso!