jueves, 15 de agosto de 2013

Pensando en voz alta: este sistema es un invento


Necesito hacer catarsis. Un desahogo, sin más, es todo lo que pretendo. No enarbolo ninguna bandera ideológica, ni política, ni de fronteras ni nada.
Quiero señalar algo evidente que suele ir presentado como realidad única e indiscutible, es decir, como «dogma de fe».
Damos por sentado un sistema que ha sido inventado por un grupo, aceptado por otros y consentido por la mayoría. Y me refiero a cómo están organizadas las cosas.
Es decir, a las fronteras, a las empresas y a la sociedad occidental en general.
Dentro del paquete aceptado y consentido, entra eso que llamamos «democracia»: un voto cada cierto número de años que nos deja en la falsa creencia de que somos nosotros los que tomamos las decisiones, y por lo tanto, que somos adultos libres y protagonistas. Y en lo único que nos convierte ese gesto, es en consentidores.
Porque en definitiva, ¿qué significa ese voto?: que consiento en que otros decidan por mí. Esa es la verdad, según mi opinión.
Un tema sangrante de este sistema inventado: el trabajo en relación de dependencia. Se ha convertido en la gran «perversión», consentida por los «dependientes»: entregamos ocho horas diarias de nuestra vida, durante varias décadas, a cambio de un sueldo que en la mayoría de los casos, ni mucho menos representa el fruto de nuestro esfuerzo, ya que no participamos en las ganancias que producimos; y el síntoma no es solo el hecho de que no disfrutamos de una vida holgada con lo que otros deciden pagarnos a fin de mes, sino que algo mal está ocurriendo para que en general el trabajo esté considerado como un «castigo», y que todos los días al salir del trabajo sintamos el mismo alivio que un reo siente cuando sale de prisión.
No le pasará a todo el mundo; pero puedo asegurar que a muchos sí. Y mi reflexión se refiere a esos muchos.
Esos síntomas son para mí la señal de que algo no está bien. De que urge un cambio.
Cuando no somos «dueños» de nuestro trabajo, ni de los frutos ni de sus ganancias.
Es otra forma de esclavitud.
Y qué hablar de la «jerarquía» de mandos que tienen muchas empresas: en algunos casos quien sostiene con su trabajo esa estructura, debe, como un menor de edad, dar cuenta de todos sus movimientos y por ejemplo, pedir permiso para ir al servicio, para comer, para descansar.
Esto: ¿no es esclavitud? ¿Estoy exagerando?
Dar a otros el poder sobre mi libertad, mi tiempo y mi vida: ¿no es un modo de esclavitud?
Lo más grave, a mi entender, es que la gran mayoría de la gente aceptamos y nos resignamos a soportar este estilo de vida hasta después de jubilarnos.
Me parece el colmo: que otros decidan lo que yo cobro después de décadas de trabajo y de retener parte de mi sueldo todo ese tiempo.
¡Ah! Y la famosa mentira generalizada de que lo público es gratuito. Pero eso es otro tema.
Vuelvo a insistir: todo este sistema es un invento. ¿Bueno, malo?
«Por sus frutos los conoceréis» dijo el Maestro. Gran verdad.
La pregunta que altera mi sangre es: ¿por qué la mayoría de nosotros consentimos, al precio de nuestra libertad e incluso de nuestra felicidad, las perversiones de este sistema?
La respuesta que he encontrado es que tenemos la engañosa idea de que no hay otra alternativa; o de que la alternativa sería quedar en la calle, morirnos de hambre, o el caos. En el fondo, creemos que somos incapaces de merecer otra cosa mejor.
Es decir: otros nos ponen límites a mi entender injustos y arbitrarios, y nosotros los aceptamos.
¡Y los votamos, y mantenemos sus estilos de vida millonarios a costa de, repito, nuestra libertad y bienestar!
Urge un cambio. Urge tomar conciencia de esto. Despertar. Querer y estar convencidos de que otra alternativa es posible.
Descubrir que merecemos mucho más que ser esclavos o estar a merced de un sistema inventado por los pocos que se benefician de él. Merecemos una vida buena y próspera; merecemos ser dueños de nuestro tiempo y del fruto de nuestro trabajo.
Merecemos disfrutar haciendo lo que amamos hacer.
Merecemos el mundo que soñábamos vivir cuando éramos niños.
Y termino haciendo mía esta frase que se está repitiendo mucho últimamente, como signo de que ya algo (o mejor dicho, muchos de nosotros) está cambiando:
¡Sí podemos!
Un abrazo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario