Estaba
a punto de anochecer, y como el viento del poniente había comenzado a soplar
con fuerza, el paseo marítimo se hallaba casi desierto. Esto era ideal para los
cuatro adolescentes que medio se refugiaban, medio se escondían entre las grandes
rocas situadas al otro lado del murete que bordeaba el paseo, entre este y la
playa.
Los jóvenes habían conseguido escapar de los adultos con
quienes habían viajado hasta allí de vacaciones, y ahora esperaban la caída de
la noche para bajar a la playa y dar cuenta de las provisiones que llevaban en
sus mochilas, a saber: patatas fritas, varias botellas de cerveza, whisky y marihuana.
En aquel momento dos de ellos, encaramados en la roca,
intentaban liar un par de porros mientras los otros dos hacían bromas y reían.
Los pocos paseantes que andaban por allí habían ignorado
la presencia del grupo, a excepción de una mujer, quien por un momento se había
detenido casi a la altura de donde se hallaban los adolescentes. Fue uno de
ellos quien dio la voz de alarma, y los cuatro alzaron la vista para sonreír a
la mujer con un gesto de falsa inocencia, haciendo unos torpes movimientos para
ocultar lo que tenían en las manos.
Cuando la mujer se alejó del sitio, el joven que se había
percatado primero de su presencia, señaló:
–¿Habéis visto la expresión de su cara? ¡Parecía llevar
una máscara! Me ha dado un poco de grima, la verdad...
El resto de los amigos se echaron a reír y no le hicieron
caso. El chico pensó que lo que había visto –una especie de máscara blanca,
como las que se utilizaban en carnaval– era fruto del porro que se había fumado
hacía poco, mezclado con la cerveza caliente.
Al caer la noche bajaron hasta la playa y se tendieron en
la arena, pese a que estaba húmeda y que el aire se hacía cada vez más frío.
No había transcurrido ni media hora cuando uno de los
chicos se levantó con dificultad y anunció:
–¡Me estoy meando, tíos! ¡No os fuméis todo; dejadme algo!
–Entre risas y a tropezones se alejó hacia la zona de las rocas.
A duras penas se apoyó con una mano contra la piedra para
mantenerse erguido, y con la otra comenzó a bajar la cremallera de su pantalón.
En ese momento sintió un hedor nauseabundo que provenía de
algo que parecía hallarse muy cerca, detrás de él. Cuando se dio la vuelta una sombra
lo tumbó de espaldas y lo arrastró hacia la oscuridad.
El chico intentó gritar, pero con horror sintió un
terrible ardor en la garganta, y un líquido caliente le llenó la boca y la
nariz, impidiéndole respirar.
«¡Me muero! ¡Me muero!» fue lo último que pensó.
Sus amigos, al ver que no regresaba, comenzaron a llamarlo
a los gritos.
Uno de ellos se levantó, sacudiéndose la arena de las
bermudas.
–¡Cuando lo encuentre lo echaré al agua!
Otro joven también se incorporó.
–¡Venga; yo te ayudo a hacerlo!
El tercero, que continuaba tendido porque sentía las
piernas demasiado flojas, espetó:
–¡Eh! ¿Me vais a dejar aquí solo?
–¿Qué ocurre, Fran? ¿Tienes miedo del coco? –Los dos
jóvenes entre risas y burlas se fueron en dirección a la zona de las grandes
rocas, donde habían visto a su compañero por última vez.
El tiempo transcurrió y solo se oía el rumor de las olas
que rompían al llegar a la costa.
El adolescente que había permanecido solo en la playa sintió que el ambiente nocturno estaba cambiando, aunque no podía distinguir algo concreto de aquella sensación.
El adolescente que había permanecido solo en la playa sintió que el ambiente nocturno estaba cambiando, aunque no podía distinguir algo concreto de aquella sensación.
Se incorporó a tropezones y se restregó los ojos: ¡eso
era! Del mar surgía una especie de niebla que a la luz de la luna se veía como grandes volutas de humo blanco sobre el mar.
«He fumado demasiada hierba» se dijo a sí mismo, y comenzó
a llamar a sus compañeros, entre amenazas e insultos:
–¡Eh tíos, iros a la mierda! –chillaba con una mezcla de
enfado y miedo–, ¡Esto es un juego estúpido; si no aparecéis ahora, yo me piro
de aquí!
Entonces distinguió las tres figuras de sus amigos que
salían desde detrás de las rocas y se acercaban al sitio donde él se
encontraba, envueltos en aquella extraña niebla.
El joven sintió las piernas temblorosas a causa del alivio.
–¡Venga, tíos, marchémonos de aquí! ¡Esto ya no mola!
Sus compañeros continuaban acercándose en silencio. Cuando
se hallaban a pocos metros de distancia, un rayo de luna reveló que los tres
sonreían, pero el cuarto joven notó algo extraño en sus rostros, que no supo
precisar hasta que los tuvo casi encima: las sonrisas eran tajos profundos de
oreja a oreja con trozos de carne desgarrada colgando de sus cuellos, de modo
que el chico, al ver aquello, pensó que estaba sufriendo una pesadilla
provocada por el alcohol y las drogas.
Sin embargo cuando lo empujaron al suelo el golpe fue
demasiado real, lo mismo cuando dos de ellos le sujetaron los brazos a ambos
lados del cuerpo en tanto el tercero levantaba algo que sostenía en una mano y
se lo clavaba con fuerza en el abdomen.
–¡No, no! –suplicaba entre sollozos el adolescente, viendo
con horror cómo uno de sus amigos lo abría en canal y metía las manos en la
herida humeante, para extraerle las vísceras.
–¡No! –En estado de shock su cuerpo comenzó a sacudirse y
lo último que su mente registró antes de sumergirse en la oscuridad, fue la
imagen de sus tres compañeros con las cabezas hundidas en su vientre abierto,
devorándolo.
–¡Fran! ¿Qué dices, tío? ¿Vienes con nosotros, o qué?
El chico parpadeó varias veces, sin responder. Los cuatro
se hallaban encaramados sobre las piedras del muro que bordeaba el paseo
marítimo, y el adolescente llamado Fran había permanecido callado varios
minutos tras ver a la mujer que poco tiempo antes había pasado por allí.
–Id vosotros si queréis; yo me piro de aquí –respondió con
voz entrecortada.
–¡Eh no seas aguafiestas! ¡La noche acaba de comenzar!
–terció uno de sus amigos.
–Tíos –repuso él–, mejor vayamos a otro sitio; creo que si
nos quedamos aquí, va a ocurrir algo horrible.
–¿Qué te pasa, chaval? ¡Has visto demasiadas pelis de
miedo!
–Quedaos entonces. Yo regreso ahora mismo al hotel.
Cuando el joven se alejaba de allí andando por el paseo
marítimo desierto, durante un instante dirigió su mirada a la zona de la playa
donde sus amigos tenían pensado pasar la noche. Un tímido manto de niebla
comenzaba a formarse, y en medio de las sombras que cubrían las grandes rocas,
creyó captar el destello de algo blanco.
«¡La máscara!» pensó con espanto. Después se alejó casi
corriendo, sin mirar atrás.
Nota: las imágenes pertenecen a las películas: "The hill run red", "Nueva York bajo el terror de los zombies", y "Viernes 13".
No hay comentarios:
Publicar un comentario